El corazón traicionero Antonio Sánchez García
La cabra al monte tira, dice un viejo refrán castellano. Ante el ominoso comportamiento de Michelle Bachelet en Cuba prefiero otro, que la retrata de cuerpo entero: donde hubo fuego, cenizas quedan.
Pocos hechos de su discreta biografía personal la retratan más y mejor que el estricto ocultamiento en que mantuvo su clandestina militancia en el ala más radical del partido socialista chileno ante su madre, con quien vivía en esos duros años de la dictadura pinochetistaedw. También militante clandestina del PS chileno, ninguna de las dos, que vivían bajo un mismo techo, cocinaban en el mismo fogón y compartían los mismos espacios tenía el más mínimo conocimiento de las actividades políticas de la otra. ¡Vaya compartimentación de los anhelos!
Michelle Bachelet perteneció al Partido Socialista chileno desde su más temprana juventud. Y cuando luego de la muerte de su padre en las mazmorras pinochetistas debió asilarse, lo hizo en el país entonces más cerril y estrechamente vinculado al estalinismo soviético: en la RDA. Allí realizó sus estudios de medicina, bajo la protección de la nomenklatura del régimen y apegada a la esclerótica dirigencia del Partido Comunista Alemán. No se conoce una sola manifestación suya en contra del estalinismo imperante en la RDA.
Su personalidad política se fragua así en los fogones del radicalismo político chileno, bajo la égida del estalinismo soviético. Y tan aceradas serían sus convicciones marxistas, que luego de doblarlas y depositarlas cuidadosamente en el armario de la más discreta intimidad, no chocaron con su decisión de infiltrarse en el establecimiento institucional chileno, realizar un curso en defensa estratégica en los propios Estados Unidos y llegar nada más y nada menos que a ocupar el Ministerio de Defensa de la Repúblñica de Chile. Digno del Conde de Montecristo: la hija de un militar encarcelado y llevado al extremo de la muerte por quienes serían, años después, sus propios subordinados.
Tan fuerte es su carácter y tan acerada su voluntad, que no se le movió un cabello mientras debía dialogar a diario con los cómplices del asesinato de su padre, entre quienes se ganó un merecido respeto. De allí al Ministerio de Salud y a la presidencia de la república transcurre un itinerario absolutamente sinsólito, por no decir asombroso. Sobre todo porque se cumple en el más bajo perfil y la mayor discreción.
Será tarea de psicólogos, psiquiatras y psicoanalistas concluir un cuadro sintomal que de cuenta de todas estas características. Lo que me resulta absolutamente lógico en ese escenario de dobles rostros y dobles discursos – que bordean la esquizofrenia - es ver a Michelle Bachelet presidiendo la sobria democracia chilena, aunque íntimamente vinculada al proyecto del teniente coronel venezolano y al heredero cubano del despotismo castrista. De allí que no me sorprenda verla de visita en Cuba despreciando de paso a la disidencia cubana, contrariamente a lo que hubiera sido la obligación espiritual de una desterrada por una dictadura que, en comparación con la cubana, fue un inofensivo juego de niños.
El problema, sin embargo, es de mayor calado. ¿Refleja la Srta. Bachelet la esquizofrenia oculta de la izquierda chilena o es un accidente en una sociedad que no tiene aún las cosas suficientemente claras? Tiendo a pensar que los socialistas chilenos, puede que con la rara excepción de Ricardo Lagos, siguen comulgando con las ruedas de carreta del marxismo-leninismo. Son demócratas obligados por las circunstancias. Llévenlos a Cuba y aflora de inmediato el fantasma de la dictadura proletaria.
Cosas veredes, Sancho.
La cabra al monte tira, dice un viejo refrán castellano. Ante el ominoso comportamiento de Michelle Bachelet en Cuba prefiero otro, que la retrata de cuerpo entero: donde hubo fuego, cenizas quedan.
Pocos hechos de su discreta biografía personal la retratan más y mejor que el estricto ocultamiento en que mantuvo su clandestina militancia en el ala más radical del partido socialista chileno ante su madre, con quien vivía en esos duros años de la dictadura pinochetistaedw. También militante clandestina del PS chileno, ninguna de las dos, que vivían bajo un mismo techo, cocinaban en el mismo fogón y compartían los mismos espacios tenía el más mínimo conocimiento de las actividades políticas de la otra. ¡Vaya compartimentación de los anhelos!
Michelle Bachelet perteneció al Partido Socialista chileno desde su más temprana juventud. Y cuando luego de la muerte de su padre en las mazmorras pinochetistas debió asilarse, lo hizo en el país entonces más cerril y estrechamente vinculado al estalinismo soviético: en la RDA. Allí realizó sus estudios de medicina, bajo la protección de la nomenklatura del régimen y apegada a la esclerótica dirigencia del Partido Comunista Alemán. No se conoce una sola manifestación suya en contra del estalinismo imperante en la RDA.
Su personalidad política se fragua así en los fogones del radicalismo político chileno, bajo la égida del estalinismo soviético. Y tan aceradas serían sus convicciones marxistas, que luego de doblarlas y depositarlas cuidadosamente en el armario de la más discreta intimidad, no chocaron con su decisión de infiltrarse en el establecimiento institucional chileno, realizar un curso en defensa estratégica en los propios Estados Unidos y llegar nada más y nada menos que a ocupar el Ministerio de Defensa de la Repúblñica de Chile. Digno del Conde de Montecristo: la hija de un militar encarcelado y llevado al extremo de la muerte por quienes serían, años después, sus propios subordinados.
Tan fuerte es su carácter y tan acerada su voluntad, que no se le movió un cabello mientras debía dialogar a diario con los cómplices del asesinato de su padre, entre quienes se ganó un merecido respeto. De allí al Ministerio de Salud y a la presidencia de la república transcurre un itinerario absolutamente sinsólito, por no decir asombroso. Sobre todo porque se cumple en el más bajo perfil y la mayor discreción.
Será tarea de psicólogos, psiquiatras y psicoanalistas concluir un cuadro sintomal que de cuenta de todas estas características. Lo que me resulta absolutamente lógico en ese escenario de dobles rostros y dobles discursos – que bordean la esquizofrenia - es ver a Michelle Bachelet presidiendo la sobria democracia chilena, aunque íntimamente vinculada al proyecto del teniente coronel venezolano y al heredero cubano del despotismo castrista. De allí que no me sorprenda verla de visita en Cuba despreciando de paso a la disidencia cubana, contrariamente a lo que hubiera sido la obligación espiritual de una desterrada por una dictadura que, en comparación con la cubana, fue un inofensivo juego de niños.
El problema, sin embargo, es de mayor calado. ¿Refleja la Srta. Bachelet la esquizofrenia oculta de la izquierda chilena o es un accidente en una sociedad que no tiene aún las cosas suficientemente claras? Tiendo a pensar que los socialistas chilenos, puede que con la rara excepción de Ricardo Lagos, siguen comulgando con las ruedas de carreta del marxismo-leninismo. Son demócratas obligados por las circunstancias. Llévenlos a Cuba y aflora de inmediato el fantasma de la dictadura proletaria.
Cosas veredes, Sancho.
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