La lucha por arrancar a las masas trabajadoras de la influencia de la burguesía en general y de la burguesía imperialista en particular es imposible sin luchar contra los prejuicios oportunistas en lo concerniente al Estado.
(Nota de Lenin en el prefacio a la primera edición)
En pleno desarrollo de la revolución rusa, Lenin asumió la tarea de reafirmar la teoría marxista del Estado abordada por Marx y Engels en El Manifiesto Comunista y ampliada en obras como La Guerra Civil en Francia (tras la experiencia vivida por los obreros parisinos en la primera revolución proletaria de la historia en 1871), en Crítica del programa de Gotha y en el AntiDühring. Con la redacción de El Estado y la revolución, Lenin perseguía un fin teórico y práctico: desenmascarar la política social-patriota de los dirigentes de la Segunda Internacional y su capitulación ante las burguesías de sus respectivas naciones. Una degeneración oportunista que condujo a la clase obrera europea al desastre de la Primera Guerra Mundial.
Desde el estallido de la revolución de febrero de 1917, el ala derecha de la socialdemocracia (mencheviques) aliada al partido de los “socialistas revolucionarios” (eseristas) se implicó en una política de colaboración de clases con la burguesía rusa. Una postura similar a la de los reformistas alemanes, desde Bernstein a Kautsky, cuya tergiversación de la teoría de Marx sobre la necesidad de destruir la maquinaria del Estado burgués había constituido la base del revisionismo socialdemócrata, y el sostén más importante del orden capitalista en los años de la guerra. Para la redacción del libro, Lenin se basó en un análisis escrupuloso de los textos fundamentales de Marx y Engels y en la experiencia de la Comuna de París, expurgando decenios de tergiversaciones reformistas, hasta convertir este balance teórico en una guía imprescindible para la acción revolucionaria. La cuestión planteada por Lenin es concreta: ¿Es posible seguir utilizando el viejo Estado una vez que el proletariado ha conquistado el poder? ¿Con qué sustituir al Estado burgués?
La naturaleza del Estado y el ejercicio del poder
El Estado, tal como lo entendemos los marxistas, no es ningún ente abstracto sino un instrumento de dominación resultado de una sociedad dividida en clases, y sus funciones vienen determinadas por la lucha entre las clases por imponer su hegemonía. Por lo tanto, la función primordial de un Estado concreto es la defensa de los intereses concretos de la clase dominante en determinado país y fase de su desarrollo histórico. El dominio de la burguesía se basa en unas relaciones sociales de producción determinadas, fundamentadas en la propiedad privada de los medios de producción. De manera que para acabar con el Estado burgués es necesario arrebatar el poder político a la burguesía y poner fin a las relaciones de producción capitalistas en un proceso de transición, donde la clase obrera y la mayoría explotada se organizan para aplastar la resistencia de los antiguos explotadores. Es evidente que la teoría marxista del Estado se había envilecido a manos de los reformistas; para ellos la transición al socialismo se podría realizar gradualmente utilizando el propio aparato del Estado capitalista, los escaños parlamentarios, los ayuntamientos, las cooperativas. El cretinismo parlamentario y la adaptación a los privilegios y comodidades pequeñoburguesas, fueron el santo y seña y lo sigue siendo hoy en día, de la burocracia socialdemócrata. Por eso, Lenin insiste en despojar a la teoría marxista de toda esta manipulación y distorsión oportunista, trazando además un puente con aquellos sectores del anarquismo revolucionario que criticaban, y con razón, la política y conducta de los viejos prohombres de la Segunda Internacional.
Democracia obrera
Lo que diferencia a los marxistas de los anarquistas no es que los primeros queramos conservar el Estado. El Estado es el resultado de la sociedad de clases y no puede desaparecer de un plumazo. Los marxistas estamos por la destrucción del Estado capitalista, pero somos conscientes que debe ser sustituido de manera transitoria por otra forma de poder democrático y que refleje los intereses de la mayoría explotada. Un régimen de democracia obrera que, apoyándose en la nacionalización de las palancas fundamentales de la economía, consiga el predominio de la propiedad colectiva en los medios de producción y de cambio. Entonces será posible igualar el trabajo manual con el trabajo intelectual, conseguir la verdadera igualdad (“de cada uno según su capacidad y a cada uno según su necesidad”), lograr aumentar la productividad del trabajo muy por encima de lo que se consigue en la sociedad capitalista a través de la explotación sin límites de la fuerza de trabajo asalariada. Lenin explica la necesidad de sustituir el ejército de la burguesía por el pueblo armado, y destruir la vieja maquinaria burocrática suprimiendo los privilegios, mediante la elegibilidad y revocabilidad constantes de todos los representantes del pueblo elegidos para tareas de administración, que deben contar con un salario no superior al de un obrero cualificado. Así pues, cuando la clase obrera conquista el poder político tiene que implantar un nuevo Estado capaz de imponer medidas coercitivas suficientes para eliminar toda resistencia de la clase capitalista a abandonar sus privilegios. Lenin explicaba que la participación consciente y entusiasta de la mayoría de la población es imprescindible para levantar esa nueva sociedad que conduzca a la eliminación final de las clases sociales. El socialismo no se puede decretar “desde arriba”, es necesario contar con la creatividad y el compromiso de la inmensa mayoría de la clase obrera. El socialismo necesita de auténtica democracia, de la participación y el control de la población desde abajo, o no será socialismo, tal como demostró trágicamente la experiencia de la degeneración burocrática del estalinismo, que finalmente socavó las conquistas revolucionarias de Octubre y abrió el camino a la restauración capitalista. En el Estado obrero, a través de la centralización y la planificación de la economía se podrá avanzar en unos pocos años más que la burguesía en décadas. Se desarrollarán formidablemente las fuerzas productivas, elevando el bienestar común y reduciendo la jornada de trabajo para permitir la participación y el control democrático del conjunto de la población en todas las esferas de la vida política y social. Un avance que revertirá en beneficio de toda la sociedad, y que provocará una auténtica revolución cultural, de las artes, del deporte, de la filosofía… En una palabra, que dignificará la condición humana hasta límites que hoy nos son desconocidos. El marxismo explica que ninguna forma de Estado desaparece hasta haber agotado las funciones para las que fue levantado, de la misma manera el Estado obrero está abocado a su propia extinción una vez haya conseguido eliminar todo resto de privilegio y haya conducido a una sociedad sin clases, que es el anhelo de todo revolucionario. En palabras de Lenin “cuanto más democrático sea el Estado constituido por los obreros armados, no será ya un Estado en el verdadero sentido de la palabra, y más rápidamente comenzará a extinguirse”. Hoy en día la podredumbre del aparato del Estado burgués se muestra descaradamente ante nuestros ojos en todos los frentes: en la monarquía, en el parlamento, en la judicatura, en los cuerpos represivos del Estado, en el gobierno. La inmensa mayoría de la sociedad se considera oprimida por un poder que no satisface sus necesidades y que no es democrático. En realidad, vivimos bajo una dictadura no declarada pero dirigida con mano de hierro por el capital financiero, que permite el juego electoral mientras este no amenace su poder. Un régimen en crisis y decadencia, que conduce a la miseria a la mayoría de la población en todo el planeta. Por eso la obra de Lenin cobra toda su actualidad en estos momentos, y debe ser leída y estudiada por todos aquellos que aspiramos a cambiar la sociedad.
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