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LOS ULTIMOS DIAS DE LA STASI



Las denuncias contra Mielke empezaron tan pronto como perdió el poder; no podía ser de otra forma, sobre todo con un pueblo tan bien entrenado en eso de denunciar. La oficina del fiscal de berlín recibió una nota que acusaba a Mielke de utilizar fondos públicos para construir su villa y su coto de caza. En enero de 1990 se añadieron más cargos a la acusación: sospecha de alta traición; colaboración en la reforma de la Constitución en la que él y Erich Honecker instituyeron un «sistema nacional de vigilancia del correo y de las telecomunicaciones»; privación de libertad a la gente, «en contra de la ley», al ponerla bajo «custodia preventiva» durante el cuadragésimo aniversario de la RDA. Encerraron a Mielke en prisión preventida. Durante 1990 y 1991 entró y salió de varias cárceles berlinesas, incluida Hohenschönhausen, donde había mandado a la mayoría de sus presos políticos. Con el tiempo se añadieron más cargos, entre ellos los de los agentes de Policía asesinados en 1931. El juicio de Mielke empezó en 1992 pero, para cuando terminó, las únicas acusaciones que quedaban eran las relacionadas con los crímenes de Bülowplatz. Fue condenado a seis años de prisión por participar en ellos. La guía le explica a su rebaño: –Fue absurdo encarcelarlo por unos asesinatos tan antiguos. Pese a todo, mucha gente pensó que algo era algo. Lo liberaron por cuestiones de salud en agosto de 1995 y desde entonces vive no muy lejos de este edificio. Honecker salió peor parado. A principios de 1990 se le arrestó por sospecha de corrupción y alta traición, para luego ser puesto en libertad bajo fianza. En noviembre de ese mismo año se le acusó de ser responsable de asesinatos cometidos en el Muro, pero huyó a Moscú, desde donde comunicó a la prensa que no albergaba remordimiento alguno y protestó por el arresto de antiguos colegas. En julio de 1992 fue extraditado a Berlín para que afrontara un juicio que sería suspendido en enero debido a su cáncer de hígado terminal. Honecker y su mujer se exiliaron a Chile, donde él murió en mayo de 1994. Conforme el Partido fue perdiendo apoyos en el país, empezó a negociar con la «Runde Tisch», el consorcio de actividades pro derechos civiles y de grupos eclesiásticos de Alemania oriental. Pero incluso éstos estaban infestados de confidentes de la Stasi. Con todo, cuando la «Runde Tisch» aprobó una moción en su primer encuentro del 7 de diciembre de 1989, por la cual se exigía que se llevasen a cabo unas elecciones libres y que se disolviera la Stasi bajo control civil, la mayoría de los confidentes votaron a favor. Al parecer, para no ser descubiertos, se vieron obligados a votar medidas para acabar con el régimen que les había dado de comer. Entre 1989 y octubre de 1990 se mantuvo un encendido debate sobre qué hacer con los archivos de la Stasi. ¿Debían abrirse o quemarse? ¿Debían ponerse bajo llave durante cincuenta años y luego abrirlos, cuando la gente que aparecía en ellos hubiese muerto o, posiblemente, perdonado? ¿Cuáles eran los peligros de saber? ¿Y los peligros de ignorar el pasado y volver a caer en lo mismo, sólo que con banderas, pañuelos o cascos de distinto color? Al final, algunos archivos se destruyeron, otros se pusieron bajo llave y otros se abrieron. La «Runde Tisch» decidió que la «hauptverwaltung Aufklärung (el brazo internacional de la Stasi) podía disolverse por sí sola. En ese tesoro enterrrado había demasiados archivos en relación con demasiados países extranjeros –entre los cuales no eran pocos los relacionados con la administración de Alemania Federal, donde se habían infiltrado numerosos espías de las Stasi– que, ni que decir tiene, eran demasiado peligrosos. Esto reducía el asunto a los expedientes de la Stasi sobre la gente del interior de la RDA. Muchos alemanes orientales, sobre todo aquellos que habían estado en el poder o habían sido confidentes, estaban en contra de que quedasen a disposición de cualquiera.



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