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EL CARTOGRAFO DE HONECKER

Manuel CALDERÓN

Los obedientes, eficaces y silenciosos funcionarios. En esas primeras órdenes cumplidas, en los esbozos a vuela pluma, en los gestos intuitivos está la grandiosidad de una decisión que puede cambiar la Historia. La obediencia debida. La debida obediencia. Por ejemplo: cuatro hombres en los sótanos de un café redactando un himno entre humo con el que luego, pasados unos cuantos años y muchos litros de sangre, sirvió para que las tropas desfilaran triunfantes. O, como el caso que nos ocupa, el soldado Hagen Koch, que recorrió las calles de Berlín en agosto de 1961 con una brocha en una mano y una lata de pintura en la otra trazando lo que sería el recorrido del muro. El mundo vería luego el Telón de Acero como un símbolo indestructible que respondía a una lógica racional precisa guiada por la defensa del socialismo ante el peor de sus enemigos: los otros, cualquiera que sean. Los otros. Koch vive en un pequeño apartamento del Berlín Este, gris –aunque con los balcones pintados de rosa tras la unificación–, para ex funcionarios de la Stasi. Anna Funder lo llama el «cartógrafo de Honecker» en su libro «Stasiland» (editado por Tempus). Él fue quien trazó el Muro y ahora trabaja en el Archivo del Muro entre fotocopias amarillentas. No ha conseguido ser otro.

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