JOSÉ LUIS MENEZO CATEDRÁTICO DE OFTALMOLOGÍA DE LA UNIVERSIDAD DE VALENCIA
Una gélida y gris mañana del 3 de mayo de 1969, llegué al paso fronterizo Checkpoint Charlie por donde entré a Berlín oriental, cruzando un pasillo descubierto, entablado, entre dos torres de observación con dos ametralladoras apuntando hacia él.
Había recibido una invitación de la industria óptica de la Alemania oriental, Zeiss-Jenna, para asistir a un curso en el famoso hospital Charité sobre un fotocoagulador para tratamiento de ciertas patologías oculares. Recibí un telegrama en inglés que decía: "Tiene su visado en la estación de metro de Friedrichstrasse y el hotel reservado". Quedaba a la espera de los billetes de avión, ya que a Berlín sólo se podía entrar por aire desde Frankfurt con compañías de los países aliados.
Una vez en Berlín me aconsejaron atravesar el muro por el sector americano y así me presenté al otro lado. Por si alguno de los lectores no se acuerda, nuestro pasaporte de aquella época prohibía expresamente la visita a países comunistas, desde Albania hasta Vietnam, por lo que entré totalmente indocumentado en Berlín oriental, sólo con el telegrama. Por supuesto, me registraron y me confiscaron un cartón de tabaco. Después de la espera, me extendieron un salvoconducto de corta estancia, pero mi visado no aparecía por ninguna parte. Al parecer consultaron con el hospital y vino a recibirme una ingeniera de Zeiss. Me acompañó al hotel, que a simple vista no había recibido ningún arreglo ni capa de pintura desde el tiempo de los nazis. La ingeniera me hizo un plano indicándome cómo llegar al complejo hospitalario a la hora de inicio del curso. Después de vivir la tarde-noche de mi llegada en la bulliciosa y lujosa avenida de Kurfürstendamm (Berlín occidental), el aspecto de Berlín-Este era de un gris sucio, oscuro, lleno de bloques de hormigón, casamatas, edificios semidestruidos, solares desiertos, alambres de espino a medida que te acercabas al muro, y sobre todo, un vacío general de vida. Al llegar al hospital, me percaté que estaba próximo al Muro, donde existía una zona de "no man's land".
Encontré la Augenklinik, cuya entrada estaba muy desvencijada y con restos de derribo. De repente me hallé en el corazón de los antiguos "cuartos oscuros" de exploración oftalmológica, donde estaban pasando visita unas seis o siete oftalmólogas (que me recordaron a unas valquirias) y me dirigí a ellas en inglés. Sonó en aquellos momentos un grito de "Achtung! Verboten!" emitido por una matrona con un aspecto que no sabías si pertenecía a la época del Káiser, a la de un campo de concentración nazi o a un gulag comunista. Siguiendo sus órdenes, dos fornidos camilleros me arrastraron y me encerraron literalmente en una pequeña biblioteca, por cierto muy bien cuidada. Allí permanecí alrededor de hora y media, hasta que a la hora prevista se abrió la sala y entraron los escasos asistentes. El curso comenzó con palabras de un representante político de la alcaldía, que nos dio la bienvenida a la "ciudad libre de Berlín".
Al finalizar la tarde, el joven doctor Friedrich Comberg, director del curso, se puso en contacto conmigo y le rogué buscar mi "visado" en la Friedrichstrasse. Acudimos allí, pero fue infructuoso, por lo que me sugirió ir al departamento central de la policía: la Stasi. Allí, en un edificio de corte soviético, rodeado de zonas devastadas y bajo una fría lluvia, requerimos de nuevo el anhelado visado. El agente no halló nada y le propuse llamar a Zeiss en Jenna, contestándome que, en aquellos momentos, el retraso de la llamada podría suponer 7 u 8 horas. Ante mi pánico, solicité volver a Berlín occidental y retornar al día siguiente, pero el oficial me recomendó permanecer en Berlín-Este. El doctor Comberg me invitó a un local bullicioso donde pudiéramos hablar "sin temor" sobre las maravillas de la Oftalmología occidental, a la que se pasaría años después como Director de Oftalmología del Virchow-Klinikum (donde le visité en 1999).
No he pasado dos noches peores en toda mi vida, viéndome ya en un gulag. El documento no apareció por ninguna parte; pero, a pesar de ello, días después salí de Berlín oriental con el salvoconducto inicial y regresé sin ningún impedimento a mi país donde nadie me registró, me siguió, ni me inspeccionó, a pesar de la época en la que nos encontrábamos.
que se puede esperar de un medico fascista. Que se hubiera quedado en su amada españa franquista, que igual era mas libre que el "gulag" comunista. Repito, basura nazi-fascista pagada por el regimen franquista. Una mas
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