La Retranca
mundo obreroEl mal resultado de IU-UP es la consecuencia de que militamos en uno de los bandos de la lucha de clases, no aceptamos el consenso de la Segunda Transición ni su Pacto de Estado.
DOLORES DE REDONDO 31/01/2016
Si damos por buena la definición aportada por Gustavo Bueno para la televisión basura como aquellos programas “que se caracterizan por su mala calidad de forma y contenido, en los que prima la chabacanería, la vulgaridad, el morbo y, a veces, incluso la obscenidad y el carácter pornográfico”, podemos afirmar que hemos asistido, por analogía, a una auténtica campaña electoral basura. Y teniendo en cuenta que la campaña de las elecciones generales 2015 ha sido, con mucho, la más televisiva y televisada desde que existe este maléfico aparato electrodoméstico, es posible concluir que la basura electoral ha inundado todo el país.
Al igual que aquellas palabras anticuadas o cuyo desuso las conduce al peligro de extinción, la palabra ética y su significado parecen más amenazados de desaparición en España que el lince ibérico o el urogallo. De hecho, más propio que de elecciones generales sería hablar de “disecciones generales” porque han dejado al descubierto las vísceras podridas y malolientes de una sociedad que renuncia a principios y valores al ritmo de la batuta televisiva. Hasta el punto de que los programas del “corazón” hablan de política y los programas de política se convierten en espectáculos “rosas”.
El modelo de campaña electoral que ha inaugurado la Segunda Transición, sin duda alguna, ha cumplido su cometido de concentrar el voto en las cuatro únicas opciones políticas visibles, promocionadas hasta la exageración en prime time. La influencia de la televisión es clarísima en los cuatro puntos cardinales. Incluso en la latitud más remota, sin haber conocido nunca un militante, sin haber recibido un simple sobre electoral, sin haber conocido una propuesta electoral o acudido a un mitin, una legión ha votado a Ciudadanos, por citar un ejemplo.
El voto de centro se decide disfrutando de un refresco y unas palomitas en el sofá de casa. Los grandes líderes políticos de la Segunda Transición nacen, crecen, se reproducen y mueren en los platós de televisión. Para la nueva política hay que estar dispuesto a volar en globo aerostático, escalar aerogeneradores, participar de copiloto en rallies y soportar a Bertín Osborne, Ana Rosa Quintana o María Teresa Campos. Son las campañas a la americana, importadas en Europa como el chicle, los jeans o las bases militares.
Del espectáculo organizado por la Academia de Televisión entre Mariano Rajoy y Pedro Sánchez quedarán únicamente las palabras gruesas cruzadas entre los candidatos. Gracias a sus reproches confirmamos que Rajoy “no es decente” y que Sánchez es “ruin, mezquino y miserable”. Un show que tuvo su prolongación simultánea en otra cadena donde Pablo Iglesias y Albert Rivera ejercían como comentaristas del debate, emulando a los locutores deportivos.
El populismo televisivo lleva al nuevo líder político a asumir el riesgo virtual de los focos bajo cualquier situación. Pero el riesgo real lo sufren los enfermos sin tratamiento, la comunidad educativa que resiste la LOMCE y los recortes, los migrantes que cruzan el estrecho o se hacinan en el CIE, quien padece el paro, no llega a fin de mes o soporta la explotación laboral y la amenaza constante del despido, la mujer que sufre las palizas del macho posesivo, las víctimas de los desahucios y un largo, larguísimo etcétera. Puede que millones depositen el voto para aquellos que convierten su sufrimiento en “una ventana de oportunidad”. Pero el vínculo del elector con la opción política es el programa, y la sintonía programática e ideológica es la que debiera materializarse en voto. Después vienen los fraudes y las decepciones.
Además de los cuatro magníficos, la campaña tuvo otro denominador común: el ninguneo deliberado de la tercera fuerza política del país y de su candidato a la Presidencia, Alberto Garzón. El maltrato mediático no puede ser una excusa ni un lloriqueo para justificar el mal resultado de IU-UP: es entender que existe lucha de clases y militamos en uno de los bandos; es comprender que han forjado un Pacto de Estado en el cual decidimos no participar; es discernir que está en marcha una Segunda Transición y no aceptamos su consenso. Y estas son las consecuencias.
La verdad, da mucha pereza tener que sufrir más campañas electorales basura, pero esto no ha hecho más que empezar. Es necesaria una regeneración ética a todos los niveles, incluyendo la izquierda (¡uy, lo que he dicho!) o sobre todo en la izquierda. Pronto, porque la lucha es ideológica y van ganando.
— Y digo yo... ¿aquí no haría falta una Revolución?
— Y luego, ¿por qué me lo preguntas?
Al igual que aquellas palabras anticuadas o cuyo desuso las conduce al peligro de extinción, la palabra ética y su significado parecen más amenazados de desaparición en España que el lince ibérico o el urogallo. De hecho, más propio que de elecciones generales sería hablar de “disecciones generales” porque han dejado al descubierto las vísceras podridas y malolientes de una sociedad que renuncia a principios y valores al ritmo de la batuta televisiva. Hasta el punto de que los programas del “corazón” hablan de política y los programas de política se convierten en espectáculos “rosas”.
El modelo de campaña electoral que ha inaugurado la Segunda Transición, sin duda alguna, ha cumplido su cometido de concentrar el voto en las cuatro únicas opciones políticas visibles, promocionadas hasta la exageración en prime time. La influencia de la televisión es clarísima en los cuatro puntos cardinales. Incluso en la latitud más remota, sin haber conocido nunca un militante, sin haber recibido un simple sobre electoral, sin haber conocido una propuesta electoral o acudido a un mitin, una legión ha votado a Ciudadanos, por citar un ejemplo.
El voto de centro se decide disfrutando de un refresco y unas palomitas en el sofá de casa. Los grandes líderes políticos de la Segunda Transición nacen, crecen, se reproducen y mueren en los platós de televisión. Para la nueva política hay que estar dispuesto a volar en globo aerostático, escalar aerogeneradores, participar de copiloto en rallies y soportar a Bertín Osborne, Ana Rosa Quintana o María Teresa Campos. Son las campañas a la americana, importadas en Europa como el chicle, los jeans o las bases militares.
Del espectáculo organizado por la Academia de Televisión entre Mariano Rajoy y Pedro Sánchez quedarán únicamente las palabras gruesas cruzadas entre los candidatos. Gracias a sus reproches confirmamos que Rajoy “no es decente” y que Sánchez es “ruin, mezquino y miserable”. Un show que tuvo su prolongación simultánea en otra cadena donde Pablo Iglesias y Albert Rivera ejercían como comentaristas del debate, emulando a los locutores deportivos.
El populismo televisivo lleva al nuevo líder político a asumir el riesgo virtual de los focos bajo cualquier situación. Pero el riesgo real lo sufren los enfermos sin tratamiento, la comunidad educativa que resiste la LOMCE y los recortes, los migrantes que cruzan el estrecho o se hacinan en el CIE, quien padece el paro, no llega a fin de mes o soporta la explotación laboral y la amenaza constante del despido, la mujer que sufre las palizas del macho posesivo, las víctimas de los desahucios y un largo, larguísimo etcétera. Puede que millones depositen el voto para aquellos que convierten su sufrimiento en “una ventana de oportunidad”. Pero el vínculo del elector con la opción política es el programa, y la sintonía programática e ideológica es la que debiera materializarse en voto. Después vienen los fraudes y las decepciones.
Además de los cuatro magníficos, la campaña tuvo otro denominador común: el ninguneo deliberado de la tercera fuerza política del país y de su candidato a la Presidencia, Alberto Garzón. El maltrato mediático no puede ser una excusa ni un lloriqueo para justificar el mal resultado de IU-UP: es entender que existe lucha de clases y militamos en uno de los bandos; es comprender que han forjado un Pacto de Estado en el cual decidimos no participar; es discernir que está en marcha una Segunda Transición y no aceptamos su consenso. Y estas son las consecuencias.
La verdad, da mucha pereza tener que sufrir más campañas electorales basura, pero esto no ha hecho más que empezar. Es necesaria una regeneración ética a todos los niveles, incluyendo la izquierda (¡uy, lo que he dicho!) o sobre todo en la izquierda. Pronto, porque la lucha es ideológica y van ganando.
— Y digo yo... ¿aquí no haría falta una Revolución?
— Y luego, ¿por qué me lo preguntas?
Publicado en el Nº 292 de la edición impresa de Mundo Obrero enero 2016
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