En la reseña del libro Mossad: la historia secreta de Gordon Thomas recordé que en incontables ocasiones me han preguntado si mis padres me llamaron así en homenaje al famoso espía israelí. A pesar de que lo único que utilizaron mis padres como referencia fue el nombre de mi abuelo paterno, y dejando de lado las conexiones personales y profesionales con su figura, ahora que se han cumplido 50 años de su muerte quisiera recordar la historia de mi tocayo Eli Cohen, que es apasionante y además refleja la trágica formación del Oriente Medio contemporáneo.
Los padres de Eli Cohen eran sirios, de la milenaria comunidad judía de Alepo, ahora totalmente desaparecida. Emigrados a Alejandría en 1914, diez años más tarde nace su hijo Eli. Según rezan todas las biografías, los fuertes valores sionistas de la familia influyeron mucho en el futuro espía. Tanto es así que cuando sus padres y sus tres hermanos se trasladan a Israel, en 1949, Eli se queda para continuar con la coordinación de actividades sionistas en Egipto. Intentó unirse al Ejército egipcio el mismo año, todo indica que con la intención de obtener información. Por otro lado, se dice que prestó cobertura al fiasco de la operación Susana (1953).
Durante la campaña de Suez, en la que británicos, franceses e israelíes expulsaron a las tropas egipcias del Canal, el Gobierno de Naser inició una oleada de detenciones y expulsiones de judíos, de la que fueron víctimas todos los que vivían en Alejandría, entre ellos Eli Cohen, que tras su deportación se dirigió a Israel. Una vez en su nuevo hogar, se alistó en el Ejército y fue rechazado dos veces por el servicio de inteligencia. Aman, la unidad de inteligencia militar, redactó la siguiente evaluación:
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