A raíz de la última polémica, protagonizada por el CEO del gigante de las telecomunicaciones Orange, Stephen Richard, el movimiento BDS ha vuelto a salir a la palestra internacional.
El movimiento BDS (Boicot, Desinversiones y Sanciones) intenta, desde hace más de diez años, perjudicar a empresas israelíes –sabiendo que éstas dependen fundamentalmente del mercado exterior y que ya sufren otro boicot, el impuesto hace décadas por la mayoría del mundo árabe-musulmán– e impedir que personalidades israelíes de todos los campos desplieguen sus capacidades (den clases, conciertos, conferencias, etc.) en el extranjero. Supuestamente, el movimiento BDS busca mejorar la situación de los palestinos y paliar sus sufrimientos mediante la de presión internacional sobre Israel, como antaño se hizo contra la Sudáfrica del apartheid. Pero lo cierto es que tiene otra agenda, no tan oculta.
Thomas Friedman –que no es precisamente un fan de la presencia de Israel en Cisjordania– fue uno de los primeros líderes de opinión es denunciar la verdadera cara del BDS. Así, en 2002 escribió en el :
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