EL MILITANTE
¡Para completar la tarea necesitamos la unidad de la izquierda que lucha!
Las elecciones andaluzas del 22 de marzo representaban un test importante para el gobierno del PP y, aunque se barruntaban malas noticias para la derecha, los resultados finales han sido demoledores. El partido de Rajoy cosecha su peor nota desde hace décadas: obtiene 1.064.168 votos (26,8%), lo que supone 503.000 menos que en las elecciones de 2012 (una caída del 32%), conservando tan sólo 33 escaños de los 50 que tenía. Tres años de recortes sangrantes y paro masivo, de desahucios y privatización de la sanidad y la enseñanza públicas, de ataques a las libertades democráticas, de latrocinio a manos llenas y corrupción impune, han pasado factura al partido de los banqueros y el gran capital.
Estos resultados han abierto la caja de Pandora en las filas del PP, donde los reproches y las acusaciones mutuas se han recrudecido, anticipando lo que puede ser el fin de su poder autonómico y municipal en los próximos comicios de mayo.
Si estos datos son de gran importancia para las perspectivas a corto plazo, las elecciones andaluzas arrojan otros no menos relevantes. Por un lado, el PSOE logra mantenerse en el 35,4%, y obtiene 1.409.042 votos. La pérdida respecto a 2012 es mínima, tan sólo 114.000 sufragios, un 8% menos. A la izquierda del PSOE, Podemos irrumpe con fuerza llegando al 14,8%, 590.000 votos y 15 escaños, mientras Izquierda Unida se desploma, con 273.927 votos, un 6,9% y cinco escaños, perdiendo 163.000 votos respecto a 2012 cuando se alzó con 12 diputados y el 11,3% (una caída del 37% en tres años). La otra opción de la derecha, Ciudadanos, propulsada por una tremenda campaña mediática, se hace con 368.988 votos, el 9,3% y 9 escaños, y desplaza fuera del parlamento a UPyD que firma su práctica defunción.
Si se consideran los resultados en su conjunto, el giro social hacia la izquierda no puede ser más contundente: la derecha clásica (PP) y la nueva derecha armada a todo correr (Ciudadanos) superan a duras penas el 36%, mientras PSOE, Podemos e IU suman el 57,1%. Los votos de Podemos y de Izquierda Unida alcanzan el 21,7%, casi 864.000, unos resultados que sin llenar las expectativas creadas, especialmente en lo referido a Podemos, muestran el enorme potencial para levantar una izquierda de ruptura con el sistema.
Susana Díaz y la sonrisa de la burguesía
La euforia de Susana Díaz y Pedro Sánchez ha sido mayúscula. Y tiene su lógica partiendo de que en 2012 la lista del PP, con Javier Arenas al frente, sacó el 40% de los votos y 50 escaños, y ahora el PSOE manteniéndose en 47 diputados obtiene una ventaja de 14 sobre el PP. Sin embargo, no es necesario minusvalorar este hecho para señalar otro no menos importante: que el PSOE consigue en estas elecciones su peor resultado autonómico, y que en comparación con las elecciones de 2008 pierde 769.254 votos, una caída del 35%.
La verdad siempre es concreta y estos resultados hay que ponerlos en relación al contexto. Los 47 diputados que logra Susana Díaz no son ningún espaldarazo a su gestión, sino por encima de todo un NO rotundo a las políticas antisociales y reaccionarias que el PP ha emprendido desde el gobierno central. Un amplio sector de la clase trabajadora, que soporta condiciones muy difíciles de desempleo y carencias, ha optado por el PSOE para mandar un mensaje de rechazo a Rajoy y a la casta de señoritos andaluces, de terratenientes y caciques que nutren el PP andaluz. La memoria histórica, y el odio hacia la derecha, han jugado un papel clave en estos resultados.
También es evidente que el PSOE pierde votos por su izquierda hacia Podemos, algo que sucede claramente en las grandes capitales y centros urbanos, donde Podemos obtiene resultados que rozan el 20% como veremos más adelante. El PSOE sufre sin duda un desgaste por sus políticas de recortes en la Junta de Andalucía y su chalaneo con el PP en el Parlamento estatal, pero esas pérdidas las compensa con un voto de capas medias que en anteriores elecciones habían ido al PP y que ahora vuelven al PSOE. Estos sectores oscilan históricamente entre el PSOE y el PP, pero tiene un sesgo conservador indudable. Con todo, debemos subrayar que el PSOE no recupera el caladero de votos de izquierda que había conquistado durante años y que le permitieron esas mayorías absolutas holgadas en el Parlamento andaluz. Este hecho es incontestable.
Susana Díaz ha realizado una campaña electoral marcada por frases ampulosas y vacías, declarando a diestro y siniestro su “amor” por la tierra, su “pasión” por Andalucía, ocultando que en estos años ha incumplido reiteradamente el mandato de la clase obrera y la juventud que votó por el PSOE. Y lo ha incumplido porque su política al frente de la Junta ha supuesto recortes en sanidad y educación, despidos de miles de trabajadores públicos, de maestros y profesores, de ataques a los servicios sociales, de mirar para otro lado ante los miles de desahucios, de imponer la reforma laboral y primar las subvenciones y beneficios fiscales a los banqueros y grandes fortunas.
La euforia de Susana Díaz y Pedro Sánchez también ha sido compartida por los grandes medios de comunicación de la derecha que, curiosamente, han hecho propia su victoria. El titular del 23 de marzo del diario La Razón era toda una declaración de intenciones: “Susana Díaz gana y frena a Podemos”. Las alabanzas y elogios de los tertulianos de la derecha han llenado hasta la nausea las pantallas televisivas estos días, empezando por Eduardo Inda que ha enjabonado de lisonjas a la “lideresa” en la misma proporción que muestra su bilis por Podemos o la revolución bolivariana. Y todo esto no es casualidad.
Hace más de 100 años, August Bebel, fundador de la socialdemocracia alemana, explicaba a sus seguidores que cuando recibía elogios de la derecha se preguntaba que había hecho mal. Si todos los medios de la derecha, que con tanto ardor hacen sangre del escándalo de los EREs, que han insultado al pueblo andaluz con desprecio cortijero, que hablan del voto cautivo y de la holgazanería que induce el PER, ahora no hacen más que aplaudir a Susana Díaz y desear que el PSOE recupere su fuerza, hay que preguntarse por qué. Y la respuesta es obvia: la clase dominante se ha puesto como objetivo fundamental frenar a Podemos y evitar a toda costa que gobierne, una maniobra que requiere del apoyo de la dirección del PSOE. La gran banca, el gran capital del Ibex 35, las 100 familias que dominan con puño de hierro la economía española, saben perfectamente que con los actuales dirigentes del PSOE está garantizada la “gobernabilidad”, es decir, la continuidad de las políticas de recortes y austeridad.
Los estrategas de la burguesía comprenden que el horizonte político está lleno de amenazas para sus intereses, y los últimos acontecimientos de Grecia lo demuestran. Después de años de rebelión social, la lucha de clases puede agudizarse aún más si Podemos llega al gobierno. Y no temen tanto a sus dirigentes y sus discursos, como a la masa de trabajadores, jóvenes, activistas y movimientos sociales que en estos años de batalla hemos provocado la crisis del bipartidismo, o para utilizar términos más científicos y clasistas, la crisis del régimen político con el que los capitalistas han asegurado su poder en estas tres últimas décadas.
La victoria de Susana Díaz, más allá de las ambiciones personales y políticas que pueda tener respecto a su papel en la política nacional, permite pensar a la burguesía que, si las circunstancias del momento lo requieren, puede armar una fuerte coalición entre el PSOE, el PP, Ciudadanos y otras formaciones semejantes, con el fin de garantizar la gobernabilidad, es decir, sus intereses. Tanto Pedro Sánchez como Susana Díaz son partidarios de grandes pactos de Estado, de “coser” y “unir”, aunque eso signifique atarse al carro de la burguesía. En Andalucía, el PSOE podrá gobernar en minoría, recurriendo a pactos a la carta con Ciudadanos, e incluso con el PP. De esta forma, además, prepararán a la opinión pública ante lo que pueda ocurrir después de las generales de noviembre, sobre todo si el PSOE y el PP se quedan lejos de una mayoría clara como parece que ocurrirá.
Izquierda Unida y Podemos
Esta convocatoria electoral también ha expresado el rotundo rechazo de una capa muy amplia de trabajadores y jóvenes andaluces hacia la política de la dirección de IU. Izquierda Unida ha sacado los peores resultados de toda su historia en Andalucía. Esta hemorragia de sufragios llega a rozar un dramático 50% en zonas de arraigada tradición de izquierdas como Cádiz, La Rinconada, Dos Hermanas o San Fernando. IU ha quedado relegada a ser la quinta y última fuerza con representación en el parlamento autonómico, pasando de 12 a 5 diputados.
Indiscutiblemente, IU ha sido la más perjudicada por la Ley D’Hont: si al PSOE cada diputado le “cuesta” 29.980 votos, para IU la cifra sube a los 54.785. Un hecho muy perjudicial, pero que no explica este brutal batacazo electoral. El castigo en las urnas se ha gestado durante los tres años en que IU ha participado en el gobierno de coalición con el PSOE en la Junta de Andalucía. En 2012, la candidatura de IU duplicó su número de diputados respecto a 2008, pasando de 6 a 12, porque cientos de miles de trabajadores quisieron fortalecer una alternativa a la izquierda de un Partido Socialista que se entregaba a la política de recortes. Sin embargo, el programa y los discursos electorales fueron totalmente olvidados en cuanto los diputados de IU pasaron a formar parte de ese gobierno de coalición. Los hechos contradijeron de forma rotunda a las palabras. Los recortes sociales llevaron a partir de ese momento dos firmas, la del PSOE y la de IU.
Alberto Garzón ha declarado que “hace falta una nueva IU que sea considerada un instrumento útil para la mayoría social”. Efectivamente, pero los discursos se los lleva el viento. Hay que concretar. Las dificultades no se encuentran abajo, en la militancia y entre la base social de IU, que ha cumplido con sus obligaciones participando e impulsando las Mareas, las luchas contra los desahucios, las huelgas y las Marchas de la Dignidad. Por el contrario, ese es el auténtico punto fuerte de IU. El problema está arriba, en la dirección. Antonio Maíllo, candidato de IU el 22M, consideró “malos e insuficientes” los resultados, e incluso reconoció que el gobierno de coalición en la Junta había sido un error a tenor del batacazo cosechado. Esto es una obviedad. Pero la cuestión a la que debería responder Maíllo, y el conjunto de la dirección de IU en Andalucía, es por qué han hecho oídos sordos de las opiniones de una mayoría de militantes que reclamaban el fin de ese pacto de gobierno; por qué se han agarrado a los faldones de Susana Díaz, como antes a los de Griñán, para calentar los sillones de la Junta y obtener muchos recursos para el aparato, cuando sus políticas iban en dirección contraria a lo que proclamaban en sus discursos. Este tipo de oportunismo tiene siempre consecuencias catastróficas.
Ya no bastan las palabras. Es necesario que los responsables de estos errores, que han hecho lo contrario de lo que está escrito en el programa de IU, demuestren que han escuchado el mensaje transmitido por su base electoral y dimitan inmediatamente. Y es necesario también un giro radical hacia una política consecuente, de clase, que se sitúe inconfundiblemente en la lucha contra los recortes vengan de donde vengan. Sólo de esta manera IU podrá empezar a recuperar la credibilidad perdida.
Una parte importante de los votos perdidos por IU han desembocado en Podemos, que ha obtenido un buen resultado aunque por debajo de las expectativas creadas por sus propios dirigentes. Sin apenas medios económicos, y con una campaña financiada por las aportaciones de los militantes y simpatizantes, Podemos ha realizado grandes mítines en toda la geografía andaluza: en Cádiz, en Málaga, en Granada, en Córdoba y, por supuesto, el gran acto de cierre de campaña en Dos Hermanas, donde más de 20.000 personas entre los que abarrotaron el velódromo y los que lo seguían desde la calle, tronaron el ¡Sí se puede! Actos de masas, muy superiores a los del PSOE, que congregaron a una parte sustancial de los activistas que han protagonizado las luchas sociales de estos años. La ilusión y el apoyo a Podemos se ha vivido con intensidad estos días, reflejando la actitud de millones de jóvenes, de trabajadores, de parados, de sectores de las capas medias empobrecidas, que buscan una salida por la izquierda a la crisis capitalista.
Pero de alguna manera estos resultados han dejado un cierto sabor agridulce entre muchos militantes de Podemos, sobre todo porque la dirección no está sacando las conclusiones pertinentes respecto a lo sucedido. También, y como parte de la campaña de descrédito feroz que se vive desde hace meses, los voceros mediáticos de la derecha han tratado de minimizar, cuando no ningunear, los resultados de Podemos. El inefable Eduardo Inda no se ha cansado de ridiculizar estos resultados, mientras hinchaba pecho si hablaba de Ciudadanos; una tónica común en todos los medios y editoriales. Lo cierto es que los 15 diputados y los 590.000 votos obtenidos por Teresa Rodríguez (14,8%), una cifra muy importante para una formación con un año de existencia, aumenta cuando tratamos de localidades claves en la región. En Sevilla ciudad, Podemos alcanza el 18% de los votos y es la segunda fuerza en los principales barrios obreros; en Cádiz capital se convierte en la formación más votada con el 28%; en Dos Hermanas es segunda fuerza, con el 21,9%, igual que en La Rinconada donde obtiene el 20,5. En Málaga ciudad saca el 17,9%, siete puntos sólo por debajo del PSOE, y en San Fernando el 21,6%. Unos resultados que muestran un potencial formidable.
Podemos ha ganado el apoyo de una parte considerable de la juventud, de la clase trabajadora y de sectores de capas medias que han nucleado las luchas de estos últimos años en Andalucía. Pero esto no es suficiente. Los resultados también demuestran que el afán de sus dirigentes por diluir sus señas de identidad política, insistir en el discurso “ni de izquierdas ni de derechas”, asemejarse a una socialdemocracia un poquito más radical, y renunciar a impulsar la movilización con la idea de que en el parlamento “nuestros expertos” y “economistas” llevarán a cabo iniciativas brillantes, es un camino erróneo.
Necesitamos la unidad de la izquierda que lucha
Los resultados del 22M han vuelto a colocar sobre el tapete que si la izquierda que lucha quiere llegar el gobierno y romper con la actual pesadilla de austeridad y recortes, debe ganar el apoyo de una parte fundamental de la base social del PSOE. En Grecia, Syriza ganó las elecciones conectando con las aspiraciones de una gran mayoría de trabajadores que habían votado anteriormente por el PASOK, y que pasaron por la escuela del gobierno de coalición PASOK-Nueva Democracia. Y, aunque la situación en el Estado español muestra diferencias con el caso griego, sobre todo en lo que se refiere a la “gran coalición”, la dinámica y las tareas son semejantes.
Lo que está en juego para la clase dominante es mucho, y por eso mismo no van a regatear en medios para frustrar un cambio fundamental del escenario político. Van a utilizar toda la artillería a su alcance para cubrir a los dirigentes de Podemos de infamias, recurriendo a todo tipo de expedientes inventados sobre supuestas corrupciones, o arreciando en su propaganda contra la revolución bolivariana de la manera más asquerosa. La actitud que mantengan los dirigentes de Podemos para responder a esta ofensiva, y las medidas programáticas que defiendan para ganar la confianza de amplios sectores de la clase obrera, será lo decisivo.
Si Podemos no quiere jugar un papel de “minoría cualificada”, debe dar un giro claro y enérgico en su discurso, y en sus actuaciones prácticas, pero hacia la izquierda. Su granero de votos no está en el centro, no está ni mucho menos en la derecha, por más que insistan que un día a un dirigente se le acercó una señora de derechas y les dijo que iba a votarles. Su base social es la izquierda, y ganar el apoyo de la izquierda es la clave para ganar el gobierno. Si se quiere dar ese salto, se requiere un programa que defienda, sin ambigüedad, las demandas que la movilización social ha puesto de relieve en estos años de combate:
• Derecho a techo, poniendo fin a los desahucios por ley, nacionalizando todos los pisos vacíos en manos de los bancos para crear un parque de vivienda pública con alquileres sociales.
• Paralizar por completo la privatización de la enseñanza y la sanidad públicas, que deben garantizarse por ley, de manera universal, y deben ofrecer un servicio gratuito, de calidad y digno.
• Anular todas las contrarreformas en los derechos sociales, ciudadanos y laborales: desde la reforma laboral hasta la LOMCE, desde la ley mordaza hasta el decreto del 3+2, desde la ampliación de la edad de jubilación hasta la reforma de la justicia…
• Plan de choque para combatir el desempleo, los bajos salarios y resolver la situación de emergencia humanitaria. Y eso se logra atajando el problema de raíz: nacionalizando la banca y las grandes empresas que se hacen de oro con los servicios públicos (agua, electricidad, telecomunicaciones, transporte, cemento, acero) y poniendo esta riqueza que creamos todos con nuestro trabajo, bajo la gestión y el control democrático de la población.
Un programa para el cambio exige una ruptura completa con la austeridad, con el paro masivo, con los salarios de miseria y la precariedad, con el exilio forzoso de la juventud. Y esto si que tiene color: es un programa de izquierdas que todos pueden entender. También significa no hacerse los sordos cuando se ataca a la revolución bolivariana de la manera más infame. Las posiciones oportunistas nunca han conducido a nada bueno: huelen, y huelen mal. Hay que denunciar el apoyo que individuos como Felipe González dan a los golpistas venezolanos, o la campaña histérica de los medios de la derecha, explicando con claridad que en Venezuela el pueblo ha puesto fin a la dictadura de la oligarquía, que gracias a su lucha ahora hay educación y sanidad públicas, que donde antes había represión, miseria y esclavitud, para mayor gloria de la burguesía nacional y sus amos imperialistas, ahora hay derechos y elecciones democráticas (más de veinte en estos años). El problema de la revolución bolivariana, y la causa del desabastecimiento y la escasez, es el sabotaje empresarial y el boicot de la burocracia del Estado que, aunque se vista con la camiseta de la revolución, mantiene buenos negocios y vínculos con la oligarquía. Sólo entregando todo el poder político y económico a los trabajadores será posible completar con éxito los objetivos de la revolución.
El programa es un pilar esencial. Pero el medio para llevarlo a cabo es fundamental. La unidad de la izquierda que lucha es un instrumento necesario e imprescindible para lograrlo, como ha puesto de manifiesto los resultados electorales de Andalucía. La dirección de Podemos debe entender esto si realmente quiere propiciar el cambio político. No se puede estar todo el día reclamando unidad popular y al mismo tiempo rechazar un Frente de Izquierdas, real y fraternal, con Izquierda Unida y con otros colectivos sociales. Por supuesto no queremos minimizar la responsabilidad de la dirección de IU, que no está a la altura de las circunstancias como ha revelado con claridad el caso de Madrid. Pero en la base militante de IU hay miles de personas fundamentales para levantar un Frente de Izquierdas, como las hay en los movimientos sociales y en las Mareas Ciudadanas. Esa es la tarea que debe imponerse Podemos y toda la izquierda consecuente: queremos ganar el gobierno, pero no para gestionar el capitalismo, no para socializar la miseria, sino para transformar la sociedad.
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