Las elecciones presidenciales francesas han llevado al Partido Socialista Francés a su peor resultado desde 1969 con un 6% de los votos. Esta debacle anunciada tiene mucho que ver con las políticas llevadas a cabo bajo la presidencia de François Hollande y su Primer Ministro Manuel Valls orientadas, desde una escrupulosa orientación neoliberal, a desmontar los logros sociales conseguidos por el movimiento obrero y los gobiernos de coalición de izquierdas en Francia. En aplicación del manual de la socialdemocracia europea, practicado desde la presidencia del alemán Schröder, los socialistas se han convertido en el mejor instrumento para el capitalismo más agresivo que, sin contemplaciones, quiere garantizarse la acumulación de capital a costa de desmantelar las conquistas sociales, los salarios, las pensiones, la jornada laboral, las privatizaciones, en definitiva, terminar con cualquier atisbo de práctica gubernamental de izquierdas.
Hollande defendió la supresión de la contribución que los empresarios estaban obligados a hacer a la Seguridad Social para atender a las cargas familiares: entre 30 y 35.000 millones de euros, y un recorte de los gastos del Estado por un valor total de 50.000 millones de euros en tres años. Esos recortes y las reducciones o congelaciones de los salarios, repercutieron negativamente en las pensiones y las ayudas a la vivienda. En ese contexto, Hollande y Valls llevaron adelante una reforma laboral “a la española”, es decir, flexibilizaron el trabajo (precarización) y atacaron la negociación colectiva para desmontar la acción sindical. Esa reforma laboral se saldó con una contestación social sin precedentes en la reciente historia de Francia. Desde marzo a septiembre de 2016 se produjeron 14 jornadas de lucha nacional (huelgas generales) contra la reforma, donde estudiantes y trabajadores ocuparon las calles, centros de trabajo y educativos para impedir ese ataque directo a las condiciones sociales de las personas trabajadoras. Además, el gobierno amplió la jornada laboral de las 35 horas semanales hasta 48 h y hasta 60 h con autorización previa.
Y para llevar adelante esas políticas, el presidente Hollande, como no podía ser de otra manera, nombró a Emmanuel Macron, empleado y asociado a la banca Rothschild&Cie, su asesor (2012) y posteriormente su Ministro de Economía (2014). ¿Qué mejor que un banquero para garantizar sus beneficios a costa de las rentas del trabajo? En una carrera dentro del gobierno para ver qué ministro era más neoliberal, el entonces Ministro del Interior, Manuel Valls iniciaba una campaña de expulsión de personas de raza gitana y Hollande se ponía a la cabeza de los gobiernos europeos más proclives al uso de la fuerza militar en Malí o Siria.
Con una caída de popularidad espectacular de Hollande y un Partido Socialista triturado por las movilizaciones populares, Emmanuel Macron dimitió en agosto de 2016 para organizar un partido neoliberal de centro-derecha, En Marche, que le permitiera continuar su excelente trabajo a favor de grandes empresarios y banqueros.
Las primarias celebradas en enero por el Partido Socialista, como una reacción tardía de los militantes, daban el triunfo el exministro francés de Educación Benoît Hamon con un 58,65% de los votos frente a Manuel Valls, que obtuvo el 41,35%. Reacción tardía porque la apuesta por Hamon y su discurso, más a la izquierda, no podrían parar ya el destrozo de la práctica gubernamental derechista en nombre del Socialismo.
En la disputa, dentro del Capitalismo Europeo, entre un modelo de excepción y contrario a la Unión Europea o reformista y pro-UE, la socialdemocracia ha jugado un papel activo a favor del capitalismo reformista hundiéndose en el fango de la incoherencia.
Y ha sido su alumno Macron, el que se situó como mejor candidato frente a la ultraderechista Le Pen, ganando finalmente las elecciones en la segunda vuelta con un 65% frente al 34,5% de Le Pen, contribuyendo así a la continuidad de las políticas neoliberales en Francia y en la Unión Europea.
En la campaña de las elecciones en la segunda vuelta, Macron fue jaleado por la Comisión Europea y las empresas de comunicación de la inmensa mayoría de los países europeos, como señal inequívoca de apoyo a la necesidad de contar con la Presidencia francesa para apuntalar el edificio calamitoso y neoliberal de la UE.
Y, como de eso se trata, no tardó Manuel Valls, derrotado en las primarias del PSF, en anunciar que se presentaría en las listas del nuevo Presidente de la República Emmanuel Macron en las elecciones legislativas de junio, evidenciando así, su ductilidad ideológica al servicio de las élites en Francia.
Frente a la debacle del PSF, el Movimiento “Francia Insumisa” con la participación del Partido Comunista Francés, el Partido de la Izquierda y otras organizaciones políticas y sociales, con Jean-Luc Mélenchon a la cabeza, se convertía en la esperanza de los valores de la izquierda alcanzando un 19,58%, un resultado que se debería consolidar en las elecciones legislativas de junio, como garantía para afrontar las políticas antisociales de la acción de gobierno bajo la presidencia de Macron.
La defensa de un "proteccionismo razonable", el pacifismo a ultranza, la jornada laboral de 32 horas y una inversión masiva, de 500.000 millones de euros, para mejorar los servicios públicos y reindustrializar el país, fueron propuestas de “Francia Insumisa” que llegaron al corazón de la izquierda francesa.
Mélenchon, como Lafontaine, antiguos militantes socialistas, dieron un paso ético muy importante, al renunciar a seguir en una socialdemocracia europea que abandonó cualquier atisbo de un discurso y práctica socialista para rendirse ante al Capitalismo del siglo XXI.
Hollande defendió la supresión de la contribución que los empresarios estaban obligados a hacer a la Seguridad Social para atender a las cargas familiares: entre 30 y 35.000 millones de euros, y un recorte de los gastos del Estado por un valor total de 50.000 millones de euros en tres años. Esos recortes y las reducciones o congelaciones de los salarios, repercutieron negativamente en las pensiones y las ayudas a la vivienda. En ese contexto, Hollande y Valls llevaron adelante una reforma laboral “a la española”, es decir, flexibilizaron el trabajo (precarización) y atacaron la negociación colectiva para desmontar la acción sindical. Esa reforma laboral se saldó con una contestación social sin precedentes en la reciente historia de Francia. Desde marzo a septiembre de 2016 se produjeron 14 jornadas de lucha nacional (huelgas generales) contra la reforma, donde estudiantes y trabajadores ocuparon las calles, centros de trabajo y educativos para impedir ese ataque directo a las condiciones sociales de las personas trabajadoras. Además, el gobierno amplió la jornada laboral de las 35 horas semanales hasta 48 h y hasta 60 h con autorización previa.
Y para llevar adelante esas políticas, el presidente Hollande, como no podía ser de otra manera, nombró a Emmanuel Macron, empleado y asociado a la banca Rothschild&Cie, su asesor (2012) y posteriormente su Ministro de Economía (2014). ¿Qué mejor que un banquero para garantizar sus beneficios a costa de las rentas del trabajo? En una carrera dentro del gobierno para ver qué ministro era más neoliberal, el entonces Ministro del Interior, Manuel Valls iniciaba una campaña de expulsión de personas de raza gitana y Hollande se ponía a la cabeza de los gobiernos europeos más proclives al uso de la fuerza militar en Malí o Siria.
Con una caída de popularidad espectacular de Hollande y un Partido Socialista triturado por las movilizaciones populares, Emmanuel Macron dimitió en agosto de 2016 para organizar un partido neoliberal de centro-derecha, En Marche, que le permitiera continuar su excelente trabajo a favor de grandes empresarios y banqueros.
Las primarias celebradas en enero por el Partido Socialista, como una reacción tardía de los militantes, daban el triunfo el exministro francés de Educación Benoît Hamon con un 58,65% de los votos frente a Manuel Valls, que obtuvo el 41,35%. Reacción tardía porque la apuesta por Hamon y su discurso, más a la izquierda, no podrían parar ya el destrozo de la práctica gubernamental derechista en nombre del Socialismo.
En la disputa, dentro del Capitalismo Europeo, entre un modelo de excepción y contrario a la Unión Europea o reformista y pro-UE, la socialdemocracia ha jugado un papel activo a favor del capitalismo reformista hundiéndose en el fango de la incoherencia.
Y ha sido su alumno Macron, el que se situó como mejor candidato frente a la ultraderechista Le Pen, ganando finalmente las elecciones en la segunda vuelta con un 65% frente al 34,5% de Le Pen, contribuyendo así a la continuidad de las políticas neoliberales en Francia y en la Unión Europea.
En la campaña de las elecciones en la segunda vuelta, Macron fue jaleado por la Comisión Europea y las empresas de comunicación de la inmensa mayoría de los países europeos, como señal inequívoca de apoyo a la necesidad de contar con la Presidencia francesa para apuntalar el edificio calamitoso y neoliberal de la UE.
Y, como de eso se trata, no tardó Manuel Valls, derrotado en las primarias del PSF, en anunciar que se presentaría en las listas del nuevo Presidente de la República Emmanuel Macron en las elecciones legislativas de junio, evidenciando así, su ductilidad ideológica al servicio de las élites en Francia.
Frente a la debacle del PSF, el Movimiento “Francia Insumisa” con la participación del Partido Comunista Francés, el Partido de la Izquierda y otras organizaciones políticas y sociales, con Jean-Luc Mélenchon a la cabeza, se convertía en la esperanza de los valores de la izquierda alcanzando un 19,58%, un resultado que se debería consolidar en las elecciones legislativas de junio, como garantía para afrontar las políticas antisociales de la acción de gobierno bajo la presidencia de Macron.
La defensa de un "proteccionismo razonable", el pacifismo a ultranza, la jornada laboral de 32 horas y una inversión masiva, de 500.000 millones de euros, para mejorar los servicios públicos y reindustrializar el país, fueron propuestas de “Francia Insumisa” que llegaron al corazón de la izquierda francesa.
Mélenchon, como Lafontaine, antiguos militantes socialistas, dieron un paso ético muy importante, al renunciar a seguir en una socialdemocracia europea que abandonó cualquier atisbo de un discurso y práctica socialista para rendirse ante al Capitalismo del siglo XXI.
Publicado en el Nº 307 de la edición impresa de Mundo Obrero junio 2017
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