El pasado mes de abril una triple explosión sacudió el autobús en el que viajaba el equipo Borussia de Dortmund (BVB), por suerte solo terminaron heridos el jugador Marc Bartra y un policía. Al principio se dio por hecho que se trataba de un atentado terrorista, pero luego se supo el verdadero móvil, que pasó más desapercibido y que apenas hemos parado a analizar.
Al autor compró antes del ataque 15.000 derechos de venta de acciones a futuro del BVB. Su plan era que, tras su atentado, el valor del club se desplomaría y él se enriquecería tras haber asegurado la venta de sus títulos a un precio fijado anteriormente. Cuanto más bajaran las acciones del BVB, más dinero ganaría el criminal, que tenía asegurado un cierto precio de venta de antemano. Según los cálculos del diario Bild, podría haberse embolsado unos 3,9 millones de euros.
El capitalismo también te puede hacer rico con las desgracias de los demás. Tu apuestas a la baja a que una empresa se va a arruinar y te forras cuando esa empresa tiene pérdidas, cierra, echa a sus trabajadores a la calle y muchas familias se quedan sin medio de vida. Si además tienes la capacidad de influir en ello, miel sobre hojuelas. Sería el caso de una empresa de calificación o de un fondo especulativo. Con sus maniobras pueden lograr que se hunda una empresa o la economía de un país y, de ese modo, ellos enriquecerse con esa ruina. No es verdad que en el capitalismo las personas ganen dinero solo cuando produzcan riqueza, también pueden ganar mucho dinero destruyéndola y provocando daño.
En su libro Ébano (Anagrama, 2000), dedicado a África, el periodista polaco Ryszard Kapu?ci?ski cuenta la historia de un barrio a varios kilómetros de la localidad nigeriana de Onitsha, donde en mitad de la carretera hay un tremendo socavón donde los vehículos terminan engullidos. Aquella barriada ha desarrollado todo un sistema de diferentes equipos de salvamento que se ganaban la vida sacando del hoyo a los vehículos, muchos de ellos grandes camiones. El obstáculo supone horas y días de retraso para todos los que por allí deben pasar, y así lo tienen asumido. Como consecuencia -explica Kapu?ci?ski- numerosas tiendas viven de los clientes atascados en la larga caravana que consumen comida, bebida o tabaco. Incluso en unas casas vecinas se anuncia en trozos de cartón la palabra “Hotel”, donde se alojan muchos de los viajeros que se ven obligados a pasar la noche allí. También se habían multiplicado talleres locales de reparación para que los conductores aprovechen la espera para arreglar pequeñas averías que tenían pendientes o actividades de mantenimiento. También tienen más trabajo profesionales como los sastres, zapateros o peluqueros que eran recurridos aprovechando el tiempo muerto. De modo que la maldición de los conductores se había convertido en bendición para los habitantes y comerciantes de ese barrio. Ni que decir tiene que la gente impedía con todas sus fuerzas que se arreglase el agujero, pues era la salvación de su economía.
Estos casos -el socavón en Nigeria o el atentado del Borussia- son la mejor metáfora del capitalismo. Un sistema que fundamenta su desarrollo y existencia en los problemas de los otros, y cuya solución es la peor de las noticias. En estos ejemplos se cumple el principio capitalista de no resolver los problemas o incluso provocarlos porque en ellos se encuentra el motor del funcionamiento del mercado y del enriquecimiento de algunos. Lo peor que podría hacer una empresa farmacéutica privada es curar de forma definitiva una enfermedad porque se iría a la ruina. Así se explica que hace unos años las autoridades españoles detuvieran a un guardia forestal acusado de provocar varios incendios. El hombre temía quedarse sin trabajo y llegó a la lógica conclusión de que, en el capitalismo, el mejor modo de garantizarte el empleo es multiplicar el problema que motiva tu contratación.
Es curioso que se haya dedicado tanta literatura a exponer la ineficacia del papel del Estado o del socialismo y la consecuente necesidad de su derrocamiento, cuando quien lleva el germen de la necesidad de no solucionar los problemas y enriquecerse con ellos es el capitalismo y el mercado.
Al autor compró antes del ataque 15.000 derechos de venta de acciones a futuro del BVB. Su plan era que, tras su atentado, el valor del club se desplomaría y él se enriquecería tras haber asegurado la venta de sus títulos a un precio fijado anteriormente. Cuanto más bajaran las acciones del BVB, más dinero ganaría el criminal, que tenía asegurado un cierto precio de venta de antemano. Según los cálculos del diario Bild, podría haberse embolsado unos 3,9 millones de euros.
El capitalismo también te puede hacer rico con las desgracias de los demás. Tu apuestas a la baja a que una empresa se va a arruinar y te forras cuando esa empresa tiene pérdidas, cierra, echa a sus trabajadores a la calle y muchas familias se quedan sin medio de vida. Si además tienes la capacidad de influir en ello, miel sobre hojuelas. Sería el caso de una empresa de calificación o de un fondo especulativo. Con sus maniobras pueden lograr que se hunda una empresa o la economía de un país y, de ese modo, ellos enriquecerse con esa ruina. No es verdad que en el capitalismo las personas ganen dinero solo cuando produzcan riqueza, también pueden ganar mucho dinero destruyéndola y provocando daño.
En su libro Ébano (Anagrama, 2000), dedicado a África, el periodista polaco Ryszard Kapu?ci?ski cuenta la historia de un barrio a varios kilómetros de la localidad nigeriana de Onitsha, donde en mitad de la carretera hay un tremendo socavón donde los vehículos terminan engullidos. Aquella barriada ha desarrollado todo un sistema de diferentes equipos de salvamento que se ganaban la vida sacando del hoyo a los vehículos, muchos de ellos grandes camiones. El obstáculo supone horas y días de retraso para todos los que por allí deben pasar, y así lo tienen asumido. Como consecuencia -explica Kapu?ci?ski- numerosas tiendas viven de los clientes atascados en la larga caravana que consumen comida, bebida o tabaco. Incluso en unas casas vecinas se anuncia en trozos de cartón la palabra “Hotel”, donde se alojan muchos de los viajeros que se ven obligados a pasar la noche allí. También se habían multiplicado talleres locales de reparación para que los conductores aprovechen la espera para arreglar pequeñas averías que tenían pendientes o actividades de mantenimiento. También tienen más trabajo profesionales como los sastres, zapateros o peluqueros que eran recurridos aprovechando el tiempo muerto. De modo que la maldición de los conductores se había convertido en bendición para los habitantes y comerciantes de ese barrio. Ni que decir tiene que la gente impedía con todas sus fuerzas que se arreglase el agujero, pues era la salvación de su economía.
Estos casos -el socavón en Nigeria o el atentado del Borussia- son la mejor metáfora del capitalismo. Un sistema que fundamenta su desarrollo y existencia en los problemas de los otros, y cuya solución es la peor de las noticias. En estos ejemplos se cumple el principio capitalista de no resolver los problemas o incluso provocarlos porque en ellos se encuentra el motor del funcionamiento del mercado y del enriquecimiento de algunos. Lo peor que podría hacer una empresa farmacéutica privada es curar de forma definitiva una enfermedad porque se iría a la ruina. Así se explica que hace unos años las autoridades españoles detuvieran a un guardia forestal acusado de provocar varios incendios. El hombre temía quedarse sin trabajo y llegó a la lógica conclusión de que, en el capitalismo, el mejor modo de garantizarte el empleo es multiplicar el problema que motiva tu contratación.
Es curioso que se haya dedicado tanta literatura a exponer la ineficacia del papel del Estado o del socialismo y la consecuente necesidad de su derrocamiento, cuando quien lleva el germen de la necesidad de no solucionar los problemas y enriquecerse con ellos es el capitalismo y el mercado.
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