13.03.2016
@corbusier2
PARTE 1
Hoy les cuento mi iniciación al mundo de la lengua inglesa, lengua por otra parte muy difícil para mí por las razones que a continuación les voy a exponer.
Yo era un estudiante de la escuela franquista, de la que daba collejas para aprender, y donde el nacional-catolicismo hacía estragos precisamente en aquellos “iniciados” también en el mundo de la religión ya que al final terminábamos aborreciendo el asunto espiritual. El segundo idioma oficial del “imperio hacia Dios” era el francés, difícil de entender después de que los franceses se hincharan al volcar nuestras frutas y hortalizas criadas con esmero en nuestras productivas huertas de España. Las cuestión de los “vuelca frutas” era algo que nos enervaba como ciudadanos españoles hasta tal punto interiorizamos el asunto que cuando jugábamos a las guerras nos dividíamos entre franceses y españoles repartiendo tortas a diestro y siniestro para defender a nuestros compatriotas. Para prevenir más destrozos que las heridas habituales, mis gafas (porque yo nací con ellas puestas) las dejaba en una piedra cercana mientras me desgañitaba en defensa de nuestra incipiente hombría. ¡Franco me podría haber condecorado, me lo merecía! pensaba más de una vez.
Es decir, desde muy joven ya recibíamos el francés como segunda lengua por profesores nativos, nativos de Carabanchel quiero decir, que tenían menos idea que nosotros y cuya pronunciación era una mezcla de borracho, con acento de Albacete edulcorado con palabras de la zona donde el maestro se había criado. Con esto también les coloco en el contexto que del francés solo entendía algunas palabras como e yecu, e yedi, e yepar (la pronunciación es original, lo que en español viene a decir lo siguiente: yo escucho, yo digo, yo hablo, o algo así).
Al cambiar al instituto para iniciar el primer curso de 1º de BUP (Bachillerato Unificado Polivalente) el francés había desaparecido de los planes de estudios del centro que elegí, por lo tanto era ingles si o si, no había otra posibilidad. Es verdad que contamos con el cariño y el calor de mi querida profesora Concha que hizo lo imposible o todo lo que estuvo en su mano para que aprendiéramos perfectamente el idioma, si hubiera sido una profesora normal porque no lo era, pasándose por el forro si sabíamos o no sabíamos. Ella vivía en su mundo, en el mundo de la psicodelia, la modernidad, y una decadente actitud ante la vida. Daba la sensación que se quedó pillada en 1968 cuando el movimiento hippy estaba en todo su auge y donde los colocones de maría hacían flipar a esta panda de iluminados.
La descripción de la teacher no la deja muy bien parada porque la verdad no era muy agradable de mirar. Era rara miraras por donde la miraras, de unos 50 años, pelo entre rojo y naranja depende de donde los rayos del sol incidieran, totalmente encrespado (si ese pelo le hubiera tocado una mascarilla todo el cuero cabelludo le hubiera hecho la ola), gafas gordas y como no ropa estrafalaria, como holgada, de ricos colores, es decir, como todas las profesoras de inglés que me encontré en mi vida académica. Llegue a la conclusión que al igual que en las familias tradicionales el primogénito era o cura o militar (si estos eran feos terminaban unos de un monasterio de monjes cartujos para que no salieran y los otro en infantería en la provincia del Sahara español donde su fealdad se mimetizaba entre los camellos y no se notaba tanto), las hijas poco agraciadas o se hacían monjas o profesoras de inglés y mucho padre machista prefería que su hija saliera de España por la imposibilidad de poder casarla con algún mozo. Me llamaba poderosamente la atención sus dientes; los incisivos centrales que los tenía en forma de cuña digo yo que formados por la cantidad de sonidos fricativos que tiene este idioma. Si sus dientes incisivos hubieran tenido unos agujeritos seguramente podría haber interpretado viejas canciones irlandesas haciendo las clases mucho más amenas con ese maravilloso sonido aflautado que destaca en este tipo de música.
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