Todo drama necesita un estupendo “malo” y, en el ultimo acto de la crisis griega, Wolfgang Schäuble, el ministro de Finanzas alemán de 72 años, da la impresión de ser un notorio villano: sus críticos le consideran un tecnócrata despiadado que intimidó a un país entero y ahora planea despojarle de sus activos. A los europeos les ha escandalizado en paticular una parte del acuerdo de rescate: la propuesta de creación de un fondo destinado a manipular 50.000 millones de euros en activos públicos griegos y privatizarlos para pagar las deudas del país. Pero la clave para entender la estrategia de Alemania reside en que para Schäuble no hay en esto nada de nuevo.
Fue hace 25 años, durante el verano de 1990, cuando Schäuble encabezaba la delegación de Alemania Occidental que negoció las condiciones de unificación con la Alemania del Este anteriormente comunista. Doctor en leyes, ministro del Interior de Alemania Occidental y uno de los asesores más cercanos al entonces canciller Helmut Kohl, era el tío al que se mandaba cuando las cosas se ponían complicadas.
La situación de la Antigua RDA no difería demasiado de la de Grecia cuando Syriza saltó al poder. Los alemanes orientales acababan de celebrar las primeras elecciones libres de su historia, solo meses después de que cayera el Muro de Berlín, y algunos delegados de Berlín Este soñaban con un nuevo sistema político, una “tercera vía” entre la economía de mercado occidental y el sistema socialista del Este, sin tener a la vez ni idea ya de cómo pagar las facturas.
Los alemanes occidentales, al otro lado de la mesa, tenían el empuje, el dinero y un plan: todo lo que poseía el Estado de Alemania Oriental sería absorbido por el sistema de Alemania Occidental y vendido rápidamente a inversores privados para recuperar algo del dinero que Alemania Oriental precisaría en años venideros. Dicho de otro modo: Schäuble y su equipo querían garantías.
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