El Fòrum de Debats de la Universitat de València organiza una jornada sobre las Brigadas Internacionales
Más de 35.000 voluntarios de 53 países diferentes se enrolaron en las Brigadas Internacionales para defender la II República española y luchar contra el fascismo. Unas 9.000 perdieron la vida en la batalla. Después de algunas dudas, el ejecutivo republicano aprobó el 22 de octubre de 1936 la formación de estas unidades de voluntarios, que primero a centenares y después por miles eran redirigidos desde París. El cuartel general y centro de entrenamiento se ubicaba en Albacete. Al mando, el dirigente comunista francés André Marty, también secretario general de la III Internacional. Las Brigadas Internacionales actuaron como tropas de choque en los frentes, desde la defensa de Madrid (1936), hasta la ofensiva de Teruel (1937-38) o la Batalla del Ebro (julio-octubre de 1938).
Representaban la quintaesencia del heroísmo y la lucha por un ideal democrático. Los discursos de la época así lo evocan: “Vuestro espíritu, y el de vuestros muertos, nos acompaña y quedan unidos para siempre a nuestra historia”, afirmó Negrín en la despedida de 1938. Según Dolores Ibarruri, “sois la historia, sois la leyenda, sois el ejemplo heroico de la solidaridad y la universalidad de la democracia (…)”; los versos de Alberti se sumaron a las loas: “La tierra que os entierra la defendéis, seguros, a tiros con la muerte vestida de batalla”.
Severiano Montero, de la Asociación de Amigos de las Brigadas Internacionales, ha afirmado en el Fòrum de Debats de la Universitat de València que el cometido de las Brigadas Internacionales era “combatir al dragón fascista antes de que se expandiera por Europa; la segunda guerra mundial se habría evitado si en España se hubiera derrotado al fascismo”. Por esta razón llegaron al estado español unos 9.000 voluntarios franceses, numerosos exiliados polacos, 4.500 italianos, entre 2.500 y 4.000 alemanes, 2.500 estadounidenses y británicos. También 1.200 cubanos, 800 argentinos, un centenar de voluntarios chinos o uno de Japón. Hubo casos de pequeños países que, proporcionalmente, realizaron un esfuerzo importante, como Cuba, Bélgica o Chipre.
Mucho se ha publicado sobre las Brigadas Internacionales. Un trabajo bibliográfico de Fernando Rodríguez de la Torre contabilizaba 2.317 libros sobre la materia en 2006. “Fue un asunto muy viciado por la historiografía franquista; a las brigadas se les acusó de constituir el ejército de Stalin”, recuerda Severiano Montero. Una aportación completa es la del historiador Andreu Castells –“Las Brigadas Internacionales de la guerra de España” (1973)-, aunque por razones temporales no incluya estudios más recientes de historiadores estadounidenses, británicos y alemanes.
La Asociación de Amigos de las Brigadas Internacionales organiza todos los años en noviembre (coincidiendo con la llegada a España de los voluntarios) actos de homenaje; también conferencias, visitas guiadas para jóvenes de secundaria y marchas como las de Jarama y Brunete. También publican libros y cuentan con un modesto archivo en Albacete. Han elaborado una guía sobre el Madrid de las Brigadas Internacionales y un mapa virtual con los memoriales de las unidades. “Se trata de mantener viva la memoria de estas personas, un ejemplo de solidaridad internacionalista en una época en que ésta, en buena medida, se ha mercantilizado”, sostiene Severiano Montero.
La historiadora Isabel Esteve afirma que los brigadistas “son mucho más reconocidos fuera de España que en este país, donde a menudo son ignorados y calumniados”. Señala asimismo la diferencia de trato hacia los brigadistas en la RFA (donde fueron ninguneados mientras nazis confesos ocupaban cargos en la judicatura y el ejército), en comparación con la RDA (donde los voluntarios antifascistas en la guerra de España tuvieron su reconocimiento). Esteve distingue tres rasos comunes a la ideología de todos los brigadistas: conciencia de clase, solidaridad internacionalista y antifascismo.
La especialista ha esbozado en la Universitat de València el perfil de los voluntarios alemanes que combatieron en la guerra del 36. La mayoría eran comunistas (muchos habían conocido las cárceles y las palizas), forzados a exiliarse por el ascenso del nazismo. Muchos eran judíos. Cuando llegaron a España, mostraban un grado muy alto de politización, también de organización y disciplina (eran militantes muy acostumbrados a la discusión y el debate). Se enrolaron más hombres que mujeres (ellas no combatieron en el frente), en su mayoría procedentes de un medio urbano. Los voluntarios alemanes eran además personas muy formadas (la tasa de analfabetismo en Alemania se situaba en niveles muy bajos) y en muchos casos venían de familias socialdemócratas (se constata en este punto la gran frustración por el apoyo de la socialdemocracia europea a la primera guerra mundial). “La mayoría eran comunistas estalinistas”, resume Isabel Esteve.
Estos rasgos marcaban un fuerte contraste con los españoles, con los que convivieron durante la guerra del 36. Es cierto que enseñaban a leer y escribir a los campesinos, pero también les producía, según la historiadora, “una cierta irritación su indisciplina, por ejemplo, cuando se negaban a cavar trincheras”. Ahora bien, “les admiraba el valor (casi infantil) de los autóctonos, su cordialidad, espontaneidad y la capacidad para expresar los sentimientos”. Los voluntarios alemanes fueron de los primeros en llegar (tres semanas después del 18 de julio) y los últimos en abandonar España. Algunos acabaron en campos de concentración franceses –como muchos republicanos- y enrolados en el maquis. Otros buscaron un destino mejor en la URSS (si no cayeron en las “purgas” estalinistas), o promocionaron en la RDA.
La Asociación Alemana de Combatientes y Amigos de la República (KFSR) apoyó desde su fundación a los voluntarios germanos que pelearon en España (hoy no queda ninguno con vida). Estos regresaron después que terminara la segunda guerra mundial a sus ciudades de origen, en la RFA o la RDA. Actualmente, destaca Margarita Banqué, hija de comunistas catalanes y miembro de KFSR, hacen causa común con los “nuevos exiliados económicos”: jóvenes españoles que buscan trabajo en Alemania. De hecho, el 14 de abril se manifestaron juntos para conmemorar la llegada de la República. La asociación, que mantiene lazos con organizaciones antifascistas de todo el mundo, ha participado en el aniversario de la liberación del campo de concentración de Buchenwald (abril de 1945), con una placa en recuerdo de los 500 presos españoles y otros alemanes que combatieron en España.
“Cuando los exbrigadistas volvieron a Alemania, su objetivo era explicar qué fue la guerra civil, por qué razón se desplazaron a España, que supuso el bombardeo de Gernika y la responsabilidad de Alemania”, explica Margarita Banqué. “Para algunos de ellos fue bastante difícil trabajar en la RFA, e incluso hubo casos de inhabilitación profesional por el hecho de ser comunistas”, agrega. En la República Federal Alemana nunca se les reconoció oficialmente (el Partido Comunista Alemán fue ilegalizado en 1956), ni tuvieron derecho a una pensión pese a batallar contra el fascismo en España, pasar por los campos de concentración franceses y la resistencia posterior contra el franquismo. No trabaron demasiado contacto con la migración española de los 60 que llegó a su país.
Un trato radicalmente distinto fue el que se dispensó a los exbrigadistas en la RDA. Con independencia de que se reconociera su labor, “la mayoría de ellos –comenta Blanqué- eran afines a la línea oficial y algunos accedieron al Comité Central o el Buró Político del partido comunista; en términos generales contribuyeron a la construcción de la RDA”. Otra diferencia respecto a la RFA es que los planes de estudio de la Alemania del Este abordaban la II República, el recorrido de las Brigadas Internacionales o la obra de Lorca y Picasso. Además los voluntarios fueron condecorados con medallas de honor, buenas jubilaciones y amplias prestaciones sanitarias. Con la Unificación Alemana (1989-1990), se puso freno a la memoria de los exbrigadistas. “Hoy son considerados grupos marginales por la oficialidad alemana”, concluye Margarita Blanqué.
Representaban la quintaesencia del heroísmo y la lucha por un ideal democrático. Los discursos de la época así lo evocan: “Vuestro espíritu, y el de vuestros muertos, nos acompaña y quedan unidos para siempre a nuestra historia”, afirmó Negrín en la despedida de 1938. Según Dolores Ibarruri, “sois la historia, sois la leyenda, sois el ejemplo heroico de la solidaridad y la universalidad de la democracia (…)”; los versos de Alberti se sumaron a las loas: “La tierra que os entierra la defendéis, seguros, a tiros con la muerte vestida de batalla”.
Severiano Montero, de la Asociación de Amigos de las Brigadas Internacionales, ha afirmado en el Fòrum de Debats de la Universitat de València que el cometido de las Brigadas Internacionales era “combatir al dragón fascista antes de que se expandiera por Europa; la segunda guerra mundial se habría evitado si en España se hubiera derrotado al fascismo”. Por esta razón llegaron al estado español unos 9.000 voluntarios franceses, numerosos exiliados polacos, 4.500 italianos, entre 2.500 y 4.000 alemanes, 2.500 estadounidenses y británicos. También 1.200 cubanos, 800 argentinos, un centenar de voluntarios chinos o uno de Japón. Hubo casos de pequeños países que, proporcionalmente, realizaron un esfuerzo importante, como Cuba, Bélgica o Chipre.
Mucho se ha publicado sobre las Brigadas Internacionales. Un trabajo bibliográfico de Fernando Rodríguez de la Torre contabilizaba 2.317 libros sobre la materia en 2006. “Fue un asunto muy viciado por la historiografía franquista; a las brigadas se les acusó de constituir el ejército de Stalin”, recuerda Severiano Montero. Una aportación completa es la del historiador Andreu Castells –“Las Brigadas Internacionales de la guerra de España” (1973)-, aunque por razones temporales no incluya estudios más recientes de historiadores estadounidenses, británicos y alemanes.
La Asociación de Amigos de las Brigadas Internacionales organiza todos los años en noviembre (coincidiendo con la llegada a España de los voluntarios) actos de homenaje; también conferencias, visitas guiadas para jóvenes de secundaria y marchas como las de Jarama y Brunete. También publican libros y cuentan con un modesto archivo en Albacete. Han elaborado una guía sobre el Madrid de las Brigadas Internacionales y un mapa virtual con los memoriales de las unidades. “Se trata de mantener viva la memoria de estas personas, un ejemplo de solidaridad internacionalista en una época en que ésta, en buena medida, se ha mercantilizado”, sostiene Severiano Montero.
La historiadora Isabel Esteve afirma que los brigadistas “son mucho más reconocidos fuera de España que en este país, donde a menudo son ignorados y calumniados”. Señala asimismo la diferencia de trato hacia los brigadistas en la RFA (donde fueron ninguneados mientras nazis confesos ocupaban cargos en la judicatura y el ejército), en comparación con la RDA (donde los voluntarios antifascistas en la guerra de España tuvieron su reconocimiento). Esteve distingue tres rasos comunes a la ideología de todos los brigadistas: conciencia de clase, solidaridad internacionalista y antifascismo.
La especialista ha esbozado en la Universitat de València el perfil de los voluntarios alemanes que combatieron en la guerra del 36. La mayoría eran comunistas (muchos habían conocido las cárceles y las palizas), forzados a exiliarse por el ascenso del nazismo. Muchos eran judíos. Cuando llegaron a España, mostraban un grado muy alto de politización, también de organización y disciplina (eran militantes muy acostumbrados a la discusión y el debate). Se enrolaron más hombres que mujeres (ellas no combatieron en el frente), en su mayoría procedentes de un medio urbano. Los voluntarios alemanes eran además personas muy formadas (la tasa de analfabetismo en Alemania se situaba en niveles muy bajos) y en muchos casos venían de familias socialdemócratas (se constata en este punto la gran frustración por el apoyo de la socialdemocracia europea a la primera guerra mundial). “La mayoría eran comunistas estalinistas”, resume Isabel Esteve.
Estos rasgos marcaban un fuerte contraste con los españoles, con los que convivieron durante la guerra del 36. Es cierto que enseñaban a leer y escribir a los campesinos, pero también les producía, según la historiadora, “una cierta irritación su indisciplina, por ejemplo, cuando se negaban a cavar trincheras”. Ahora bien, “les admiraba el valor (casi infantil) de los autóctonos, su cordialidad, espontaneidad y la capacidad para expresar los sentimientos”. Los voluntarios alemanes fueron de los primeros en llegar (tres semanas después del 18 de julio) y los últimos en abandonar España. Algunos acabaron en campos de concentración franceses –como muchos republicanos- y enrolados en el maquis. Otros buscaron un destino mejor en la URSS (si no cayeron en las “purgas” estalinistas), o promocionaron en la RDA.
La Asociación Alemana de Combatientes y Amigos de la República (KFSR) apoyó desde su fundación a los voluntarios germanos que pelearon en España (hoy no queda ninguno con vida). Estos regresaron después que terminara la segunda guerra mundial a sus ciudades de origen, en la RFA o la RDA. Actualmente, destaca Margarita Banqué, hija de comunistas catalanes y miembro de KFSR, hacen causa común con los “nuevos exiliados económicos”: jóvenes españoles que buscan trabajo en Alemania. De hecho, el 14 de abril se manifestaron juntos para conmemorar la llegada de la República. La asociación, que mantiene lazos con organizaciones antifascistas de todo el mundo, ha participado en el aniversario de la liberación del campo de concentración de Buchenwald (abril de 1945), con una placa en recuerdo de los 500 presos españoles y otros alemanes que combatieron en España.
“Cuando los exbrigadistas volvieron a Alemania, su objetivo era explicar qué fue la guerra civil, por qué razón se desplazaron a España, que supuso el bombardeo de Gernika y la responsabilidad de Alemania”, explica Margarita Banqué. “Para algunos de ellos fue bastante difícil trabajar en la RFA, e incluso hubo casos de inhabilitación profesional por el hecho de ser comunistas”, agrega. En la República Federal Alemana nunca se les reconoció oficialmente (el Partido Comunista Alemán fue ilegalizado en 1956), ni tuvieron derecho a una pensión pese a batallar contra el fascismo en España, pasar por los campos de concentración franceses y la resistencia posterior contra el franquismo. No trabaron demasiado contacto con la migración española de los 60 que llegó a su país.
Un trato radicalmente distinto fue el que se dispensó a los exbrigadistas en la RDA. Con independencia de que se reconociera su labor, “la mayoría de ellos –comenta Blanqué- eran afines a la línea oficial y algunos accedieron al Comité Central o el Buró Político del partido comunista; en términos generales contribuyeron a la construcción de la RDA”. Otra diferencia respecto a la RFA es que los planes de estudio de la Alemania del Este abordaban la II República, el recorrido de las Brigadas Internacionales o la obra de Lorca y Picasso. Además los voluntarios fueron condecorados con medallas de honor, buenas jubilaciones y amplias prestaciones sanitarias. Con la Unificación Alemana (1989-1990), se puso freno a la memoria de los exbrigadistas. “Hoy son considerados grupos marginales por la oficialidad alemana”, concluye Margarita Blanqué.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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