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Extraido del Goethe Institut
Para muchos, Alemania Oriental fue un mundo gris y una cárcel. Pero la experiencia de dos colombianos que vivieron como estudiantes tras la “Cortina de Hierro”, la desaparecida Alemania socialista fue muy diferente.
Para muchos, Alemania Oriental fue un mundo gris y una cárcel. Pero la experiencia de dos colombianos que vivieron como estudiantes tras la “Cortina de Hierro”, la desaparecida Alemania socialista fue muy diferente.
Jesús Gualdrón llegó en 1974 a Berlín Oriental, el sector de la ciudad que se encontraba detrás de la “Cortina de Hierro”. Amante de la historia, conocía bien los hechos: en 1949, cuatro años después del final de la Segunda Guerra Mundial, los sectores de Alemania ocupados por Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña pasaron a llamarse República Federal Alemana (RFA). El sector oriental, ocupado por la Unión Soviética, se convirtió en la República Democrática Alemana (RDA). Se crearon dos monedas, dos formas de entender la política y, al final, dos Alemanias.
En 1961, la RDA había decidido erigir un muro porque muchos ciudadanos se estaban escapando hacia el otro lado. Otros dirían que porque el capitalismo era dañino y amenazaba la estabilidad del país con sus principios de libre mercado y libre competencia. A partir de ese momento, nadie pudo cruzar de una parte a otra. Esa barrera, junto con inflexibles controles fronterizos, cobraron la vida de muchas personas durante casi treinta años.
Sin embargo, Jesús –quien siempre caminó más por la izquierda que por la derecha– siempre se sintió fascinado por el lado socialista de Alemania. Su viaje había sido posible por una beca de estudios universitarios otorgada por una organización llamada “Liga de Amistad con los Pueblos”. Ésta mantenía relaciones estrechas con “La Alianza Colombia-RDA”, que tenía su sede en Bogotá y que hacía parte de un movimiento gigante de “casas de amistad” con países socialistas. “También existían casas de amistad con Checoslovaquia, la Unión Soviética y Cuba”, explica Jesús. Estaba estudiando Historia en Bogotá y además pertenecía a un grupo de teatro de la “Liga de Amistad con los Pueblos”. Cuando se enteró de la beca, supo de inmediato que estaba frente a una oportunidad maravillosa.
Aunque se encontraba lejos de Colombia, Berlín Oriental se convirtió para Jesús en el hogar que siempre quiso: un espacio lleno de estabilidad, de certeza, de necesidades básicas resueltas, de museos y de arte.
“Alemania Oriental era un paraíso”
Dos años después, otro colombiano, Carlos Angarita, vivió una historia similar. También llegó con una beca a Alemania Oriental. Primero estudió alemán intensivo durante un año en el Instituto Herder, de Leipzig. Todos los estudiantes becados en la RDA, provenientes de más cien países, llegaban allí para aprender el idioma.
Ambos colombianos conocieron en Alemania a gente cuya familia vivía del otro lado del Muro. “Eso era muy común. Amigos que vivían con nosotros del lado oriental tenían a su tío o su hermano del otro lado”, cuenta Jesús. “Las alusiones a la vida ʻal otro ladoʼ hacían parte de la cotidianidad de los habitantes de la RDA”. Y según Angarita, si bien muchos de sus compañeros de la carrera de Economía en Leipzig se identificaban con los ideales socialistas, “también había descontento, por ejemplo frente al poco acceso a la información del mundo, los bienes de consumo de mejor calidad en el occidente capitalista, o la imposibilidad de viajar al otro lado”.
Y sin embargo, “para los estudiantes extranjeros, Alemania Oriental era un paraíso”, dice Angarita. Los colombianos jamás sufrieron represión por parte del Estado socialista. Si querían viajar a Occidente podían hacerlo. Además, gozaban de todas las ventajas que el estricto aparato estatal ofrecía a sus ciudadanos: seguridad social ilimitada, vivienda de buena calidad, transporte, paz, alimentación y acceso a bienes culturales. Para alguien proveniente de Colombia, la RDA era un oasis enorme, una tienda de dulces… la gloria.
Los estudiantes alemanes y extranjeros solían realizar trabajos de solidaridad, a fin de recaudar fondos que enviaban a organizaciones políticas, sociales o sindicales en los países de origen. Muchos colombianos que estudiaban en Alemania Oriental se reunían regularmente de esa forma. “Teníamos un convenio con los ferrocarriles alemanes y en primavera o verano se organizaban trabajos de solidaridad, donde participábamos los estudiantes colombianos de toda la RDA, tres o cuatro días seguidos, e invitábamos jóvenes de todos los demás países, incluidos alemanes. Después del trabajo en los rieles, seguían las charlas políticas o de novedades de los países, había tertulias, comidas, bailes. Era muy bello ver el sentido de solidaridad internacional entre los jóvenes de los distintos países del mundo”, recuerda Angarita.
La fiesta terminó en insultos
Angarita, quien hoy trabaja como profesor universitario de Economía, regresó a Colombia en octubre de 1982, seguro de que volvería algún día a Alemania Oriental. Lo mismo había sentido Jesús Gualdrón a su regreso a Colombia en 1980. A pesar de que tenía una novia en Berlín, ella no quería ir con él a Bogotá, y Jesús no quería quedarse para siempre en Alemania. Después de seis años por fuera, quería estar con su familia, trabajar en y por su país. En Colombia se dedicó a hacer activismo, a trabajar en movimientos políticos de izquierda y a dar clases de alemán, su profesión actual.
En mayo de 1989, Angarita volvió a Alemania Oriental para hacer un doctorado. Según los recuerdos de su primera estadía en Leipzig, “la vida era amable y pacífica. Las relaciones con los alemanes eran muy respetuosas y cordiales. Nunca vi peleas, agresiones, discriminación, odio racial, o cosas por el estilo”. Ahora algo había cambiado. Ya no se vivía la misma paz de sus tiempos universitarios. Un día, caminando por Leipzig, se encontró con que, en jardines plantados a principios de primavera, una esvástica estaba formada con las flores. “Además, comenzaban a aparecer grafitis contra el socialismo, aunque muy esporádicos y escondidos, que eran borrados de inmediato por la municipalidad”, recuerda.
Incluso, esta vez sintió rechazo por parte de los locales. Una noche, otro estudiante colombiano lo invitó a su habitación. Pero lo que antes habría sido una gran fiesta terminó en un ir venir de insultos entre un alemán y el colombiano por motivos políticos. “Pensamos que la grosería verbal pasaría a la agresión física, pues se trataba de un muchacho muy grande y musculoso”.
El descontento de los ciudadanos de la RDA se venía acumulando desde hace tiempo en los escenarios cotidianos y en las universidades. Aunque nadie pudo vislumbrar lo que vendría, Angarita sentía que las cosas ya no eran las mismas. Por lo demás, como reconoce Gualdrón, “siempre hubo una doble moral en las relaciones con el estado. La gente hablaba bien del sistema en público, pero decía lo que realmente pensaba en privado, con sus amigos íntimos o familiares”.
El 9 de noviembre de 1989 ambos colombianos estaban en sus casas en Colombia. La caída del infame Muro de Berlín, como al resto del universo, los tomó por sorpresa. Con incredulidad observaron a la distancia cómo el planeta ya no sería nunca más el mismo. Sintieron algo de nostalgia, pero también sabían que, de algún modo, eran afortunados: sus pies habían pisado historia, sus ojos habían visto el mundo que acababa de desaparecer.
Fuente: http://www.goethe.de/ins/co/es/bog/kul/mag/ges/20444293.html
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