@lecorbusier2
Por Dios por la patria y el rey, lucharon nuestros padres, por Dios por la patria y en rey, lucharemos nosotros también. (Antiguo himno carlista)
Hoy les traigo retazos de mi vida, de mi vida castrense, que durante 12 meses me hizo un hombre, entre otras cosas que después desarrollé.
Corría el año 1983….no me gusta, empezaré de nuevo.
Cuando serví a mi patria tenía la edad de 20 años incorporándome a filas en Vitoria-Gasteiz después de una despedida de mi madre en la estación de Ávila entre sollozos, que yo aguante como pude y que reservé para la noche entre doscientos camaradas que añorábamos la sopa de Avecrem de nuestra mama. Papa tenía el semblante más relajado en mi despedida porque se libraba de un holgazán al cual harían un hombre y al fin y a la postre era un boca menos que alimentar ya que yo pasaba a ser funcionario interino del ministerio de defensa (alguna vez que he hecho un currículo en experiencia laboral lo he puesto tal cual).
Nada más poner pie en el que sería mi campamento (Araca) un payaso descerebrado empezó a bocearnos diciéndonos que nos quería tiesos como pollas (para mis lectores sensibles aclararles que utilizaré el lenguaje castrense que se asemeja mucho al carcelario) y cualquiera se pone a reflexionar a qué tipo de polla se refería porque podría ser como la nuestra o como la de un tío de 80 años aunque creo que por las voces que recibí en primera línea de playa, esa era mi postura la cual se asemejaba mas a la del tío de 80 ya que sentí ese ardor guerrero de mi instructor en forma de aliento anisado de las primeras copas de la mañana. Allí descubrí que los primeros síntomas de estrés postraumático no era invento americano, era invento español, con dos huevos.
Total, nos metimos en la cama levantándonos a eso de la 7 de la mañana a golpe de corneta que nos hacía presagiar nada bueno ya que el amor de nuestras madres, que nos llama 17 millones de veces como el anuncio de la ONCE, estaba desterrado en este infierno de Dante. En una fila por llamarlo de una manera, nombraban nuestra matricula como si fuéramos un citröen (la mía era Ávila-7, seguido del nombre) y nosotros con decir ¡presentes! todos contentos, con lo fácil que hubiera sido pasar cama por cama y se ves que una está vacía es que el recluta había desertado dejándonos, si no era mucho pedir, dormir hasta las 11, pero cualquiera decía nada en ese país de hijos de puta.
Al despuntar el alba llegaron los primeros paso de la instrucción para hacernos hombres (a la vez que escaqueadores profesionales en mimetizarnos con el ambiente) pero con nuestra ropa de calle, es decir, unos en vaqueros y camisa de cuadros, otros en chándal, etc. porque no había ropa de combate ni de bonito (así se llamaba la ropa elegante de la primera comunión militar, la cual junto con el capote de la guardia civil y la tela de sotana, era resistente a todo incluso a una mancha de aceite la cual se quitaba raspando con una navaja) haciendo actual al ejercito de Pacho Villa. Saben queridos lectores que la logística es la ciencia de la guerra, es decir los suministros, pero en el ejército español debió de ser que por aquella época no se estudiaba, con tener un par de cojones bien gordos no hacía falta ropa ni nada.
El día que por fin llegó nuestra ropa fue todo un acontecimiento cuartelero ya que nos mandaron a un campo de futbol de tierra, nos dejaron a 400 soldado en calzoncillos mientras unos veteranos nos medían la cabeza y el cuello y con una formula novedosa invento del ejército español, sacaban todas nuestras tallas incluido el número de pie. Esta compleja misión estaba bajo la tutela de un teniente sastre, tan redondo como una croqueta de Ikea y mas colorado que un tomate después de años bañado en sol y sombras, y Don Simones, e hijo puta como él solo. Aquí no es como el Corte Inglés que al cliente le hacen caso, aquí el que se atrevía a poner una salvedad a tu talla el teniente se la ajustaba a hostias como les paso a más de uno. Yo al ver el percal me quede con mis zapatillas de deportes de 47, gastando realmente un 41, que me hizo pensar que el ejército español no era tan bueno como me había contado porque yo estaba destinado en tierra y no en buceadores de la armada ya que eso no eran zapatillas eso eran unas aletas de Jacques Custeau, que al correr me daban en las espinillas.
Uno de mis primero servicios de combate fue la cocina. 20 horas de de duro trabajo militar probando las nuevas tácticas guerrilleras. Nada más entrar me colocaron un paño en la cintura, como pueden apreciar en la fotografía (soy el de su izquierda), para hacer de todo, desde freír 3500 pescados rebozados mas tiesos que una raqueta de padel y fritos en un aceite que no perdía ni color ni textura (yo creo que era de un carro de combate) y como único control de calidad meter el dedo para saber que no estaba congelado por dentro (me lo enseñó el cabo cocina), hasta fregar 7000 platos con mis dos camaradas. En ese momento mi paño de cocina cobro vida de la mierda que tenía. El detergente que usábamos era el polvo que valía para fregar, echar por el suelo y no resbalarte, o el teniente médico te lo recetaba para los raspones de los cuerpos a tierra realizados. Es lo que me gusta del ejército, que una cosa vale para otras varias cosas más, por ejemplo; el detergente para curar heridas, las antigripales para curar huesos dislocados o para una fuerte depresión (aún recuerdo a mi compañero vecino de cama, que le dejo la novia, con una cara de esquina de pelotas, que yo creo que por eso le mando a paseo, le recetaron 3 antigripales al día y parecía otro al terminar el tratamiento, se dedicó al mundo del alcohol y las putas vitorianas encontrando su sitio en el mundo el pobre) o la vacuna anti asco, que lo mismo valía para engrasar unos goznes que para comerte una rata muerta con todas las enfermedades en su jugo, que no te pasaba nada. Como me dio por reflexionar de cosas castrenses en mi periodo de instrucción pensaba que estar en la cocina me había convertido en una máquina de matar y que yo, soldado español, con mas huevos que nadie y con mi paño de cocina con vida propia, sería capaz de desmantelar cualquier nido de ametralladoras enemigo moviéndolo en plan Loco Mia. Reclutas posteriores se quejaban del servicio culinario y eso que tenían milagros antigrasa en plan Fairy y no polvos que parecían pedruscos. Menudos mierdas afeminados. Si Santa Teresa dijo eso de “Dios también está ente los pucheros” yo llegue a pensar lo mismo pero cambiando algo esta frase: “las ratas están entre todos los pucheros” porque estaba tan lleno que alguna las había nombrado el BOE hasta sargento.
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