Los más fervientes defensores del artículo segundo de la Constitución...niegan con rotundidad ser nacionalistas.
Dolores de Redondo 27/10/2017
Algunos cachondos del mundo académico, político o periodístico han sostenido durante los últimos años que el estado de las autonomías había solucionado definitivamente el problema de las identidades nacionales en España. Añadían la coletilla habitual de que este Estado concedía más competencias a las autonomías que los estados federales de por ahí afuera. Mientras PP y PSOE, abanderados de esta concepción, alertaban sobre el problema de los nacionalismos gobernando alegremente con CiU y PNV allá donde Felipe González y José María Aznar consideraban necesario. Resultado: un estancamiento en la resolución del problema y, sobre todo, el surgimiento de enormes contradicciones sobre una cuestión no resuelta y que casi nadie ha querido resolver, pasando de puntillas como el chaval que llega a casa de madrugada bien cargado del botellón, es decir, creyendo no hacer ruido pero no dejando nada en pie. Por no hablar del surgimiento de reivindicaciones nacionales y regionales como las setas, algunas más divertidas que 13, rúe del Percebe.
El primer problema no resuelto es el de los conceptos. Por ejemplo, por todas partes se habla de nación pero nadie puede definirla. Y es un punto de partida ciertamente fastidiado pasar tantos apuros para definir aquello que, incluso con vehemencia, se afirma que existe. Se habla de Estado plurinacional, de naciones oprimidas, del Documento Nacional de Identidad, de las ligas y competiciones deportivas nacionales, se incluye la sección Nacional en los medios de desinformación, y así un largo etcétera. La nación se usa para un roto y para un descosido, para referirse a España o para negarla, para definir al conjunto o para reivindicar una de las partes. Pero en lo que sí existe coincidencia es en su indefinición.
La más común y aceptada proviene del concepto acuñado por Iósif Stalin, aunque la mayoría lo desconoce: Nación es una comunidad humana estable, históricamente formada y surgida sobre la base de la comunidad de idioma, de territorio, de vida económica y de psicología, manifestada ésta en la comunidad de cultura. Opino que el mayor problema radica en lo de “comunidad humana históricamente formada”, porque ha generado una creatividad histórica mayor que la creatividad contable en las cuentas peperas de Luis Bárcenas. Cada cual interpreta la historia a su bola y si tiene que inventársela, pues se la inventa y tan contentos. Y el nacionalismo español se lo ha pasado bomba haciéndolo.
Durante el periodo de más de treinta años que abarca desde el triunfo fascista en la guerra hasta el año 1970, cuando se implantó el modelo educativo que nos preparaba para el capitalismo, el franquismo estableció como asignatura obligatoria en el bachillerato la Formación del Espíritu Nacional (FEN).
Después, en la universidad, el Régimen nos adoctrinaba con la asignatura de Formación Política, que contemplaba atrayentes temas como “La esencia de lo español” o “Lo antiespañol en la Historia”. Ya en la escuela se nos había impartido una versión breve y resumida del espíritu nacional, pero concisa, más adaptada a las mentes inocentes, simplonas y aún sin moldear de los que apenas habíamos recibido un par de sacramentos. En una interpretación macabra y torticera de la historia, el “caudillo de España por la gracia de dios” había encabezado una cruzada; los romanos aparecían como los conquistadores de España más de mil quinientos años antes de constituirse como tal; los españoles habían llevado la civilización cristiana a América después de “descubrirla”; el Cid nos libraba de los infieles en la gloriosa Reconquista; Guzmán era el Bueno porque había preferido el asesinato de su propio hijo a perder sus propiedades; Teresa de Jesús encarnaba el fervor religioso de la llamada “reserva espiritual de Occidente” o Felipe II encarnaba el pasado glorioso de un imperio en el cual “no se ponía el sol”, aunque recuperaría su esplendor de antaño gracias al generalísimo.
Es la base cultural de los nacionalistas españoles. Curiosamente, los más fervientes defensores del artículo segundo de la Constitución, aquel que afirma que ésta “se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles”, son los que niegan con rotundidad ser nacionalistas, huyendo como del marxismo del calificativo que tanto deploran. Pero, sin embargo, lo son.
Eric Hobsbawm sostuvo que la nación es un constructo puramente humano, y que las naciones no crean el nacionalismo sino que, al contrario, es el nacionalismo el que crea las naciones. Para Benedict Anderson la nación es “una comunidad política imaginada”, porque “independientemente de la desigualdad actual y de la explotación que pueden prevalecer en su seno, la nación se concibe siempre como una profunda camaradería horizontal”.
Sea como fuere, por tradición y por represión tengo tirria a eso del concepto España, y procuro hablar siempre del Estado español. Pero a veces me siento pensativa en mi mecedora y me pregunto: ¿Por qué Partido Comunista de España?¿Por qué no denominarlo Partido Comunista del Estado Español? A lo mejor presento en mi agrupación una enmienda para la segunda fase del XX Congreso.
Por supuesto, defiendo sin fisuras el derecho a decidir y me quedo con el lema de mi Partido: ¿Nuestra apuesta? La República federal y solidaria..
— Y digo yo... ¿aquí no haría falta una Revolución?
— Y luego, ¿por qué me lo preguntas?
El primer problema no resuelto es el de los conceptos. Por ejemplo, por todas partes se habla de nación pero nadie puede definirla. Y es un punto de partida ciertamente fastidiado pasar tantos apuros para definir aquello que, incluso con vehemencia, se afirma que existe. Se habla de Estado plurinacional, de naciones oprimidas, del Documento Nacional de Identidad, de las ligas y competiciones deportivas nacionales, se incluye la sección Nacional en los medios de desinformación, y así un largo etcétera. La nación se usa para un roto y para un descosido, para referirse a España o para negarla, para definir al conjunto o para reivindicar una de las partes. Pero en lo que sí existe coincidencia es en su indefinición.
La más común y aceptada proviene del concepto acuñado por Iósif Stalin, aunque la mayoría lo desconoce: Nación es una comunidad humana estable, históricamente formada y surgida sobre la base de la comunidad de idioma, de territorio, de vida económica y de psicología, manifestada ésta en la comunidad de cultura. Opino que el mayor problema radica en lo de “comunidad humana históricamente formada”, porque ha generado una creatividad histórica mayor que la creatividad contable en las cuentas peperas de Luis Bárcenas. Cada cual interpreta la historia a su bola y si tiene que inventársela, pues se la inventa y tan contentos. Y el nacionalismo español se lo ha pasado bomba haciéndolo.
Durante el periodo de más de treinta años que abarca desde el triunfo fascista en la guerra hasta el año 1970, cuando se implantó el modelo educativo que nos preparaba para el capitalismo, el franquismo estableció como asignatura obligatoria en el bachillerato la Formación del Espíritu Nacional (FEN).
Después, en la universidad, el Régimen nos adoctrinaba con la asignatura de Formación Política, que contemplaba atrayentes temas como “La esencia de lo español” o “Lo antiespañol en la Historia”. Ya en la escuela se nos había impartido una versión breve y resumida del espíritu nacional, pero concisa, más adaptada a las mentes inocentes, simplonas y aún sin moldear de los que apenas habíamos recibido un par de sacramentos. En una interpretación macabra y torticera de la historia, el “caudillo de España por la gracia de dios” había encabezado una cruzada; los romanos aparecían como los conquistadores de España más de mil quinientos años antes de constituirse como tal; los españoles habían llevado la civilización cristiana a América después de “descubrirla”; el Cid nos libraba de los infieles en la gloriosa Reconquista; Guzmán era el Bueno porque había preferido el asesinato de su propio hijo a perder sus propiedades; Teresa de Jesús encarnaba el fervor religioso de la llamada “reserva espiritual de Occidente” o Felipe II encarnaba el pasado glorioso de un imperio en el cual “no se ponía el sol”, aunque recuperaría su esplendor de antaño gracias al generalísimo.
Es la base cultural de los nacionalistas españoles. Curiosamente, los más fervientes defensores del artículo segundo de la Constitución, aquel que afirma que ésta “se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles”, son los que niegan con rotundidad ser nacionalistas, huyendo como del marxismo del calificativo que tanto deploran. Pero, sin embargo, lo son.
Eric Hobsbawm sostuvo que la nación es un constructo puramente humano, y que las naciones no crean el nacionalismo sino que, al contrario, es el nacionalismo el que crea las naciones. Para Benedict Anderson la nación es “una comunidad política imaginada”, porque “independientemente de la desigualdad actual y de la explotación que pueden prevalecer en su seno, la nación se concibe siempre como una profunda camaradería horizontal”.
Sea como fuere, por tradición y por represión tengo tirria a eso del concepto España, y procuro hablar siempre del Estado español. Pero a veces me siento pensativa en mi mecedora y me pregunto: ¿Por qué Partido Comunista de España?¿Por qué no denominarlo Partido Comunista del Estado Español? A lo mejor presento en mi agrupación una enmienda para la segunda fase del XX Congreso.
Por supuesto, defiendo sin fisuras el derecho a decidir y me quedo con el lema de mi Partido: ¿Nuestra apuesta? La República federal y solidaria..
— Y digo yo... ¿aquí no haría falta una Revolución?
— Y luego, ¿por qué me lo preguntas?
Publicado en el Nº 310 de la edición impresa de Mundo Obrero octubre 2017
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