Europa no vive una crisis de refugiados ni una crisis humanitaria: lo
que está en crisis es la capacidad de los estados de controlar sus
fronteras y sobre todo el derecho fundamental de la gente a moverse
por el planeta para encontrar un lugar seguro donde pueda construirse
un futuro. Más allá del sentimiento de solidaridad que nos remueve
al ver las catastróficas imágenes de hombres, mujeres y criaturas
jugándose la vida en el Mediterráneo o muriéndose de frío en los
Balcanes, esta crisis tiene una raíz política y unos responsables
mucho claros que tenemos que señalar y combatir si de verdad
queremos encontrar soluciones.
Lejos de la imagen de un alud humano inabarcable, lo cierto es que
más de la mitad de demandantes de asilo llegados el año pasado a
Europa proviene sólo de cinco países: Siria, Afganistán, Irak,
Nigeria y Eritrea. Cinco crisis concretas, con sus respectivos
responsables. No podemos entender el problema de los refugiados en
Europa sin preguntarnos qué está pasando en Siria, principal
expulsor de población del planeta, sin analizar el proceso político
y social reciente del país.
Los refugiados sirios
A menudo el movimiento de solidaridad ve los refugiados sólo como
individuos que necesitan ayuda, cuando la realidad es que son uno de
los resultados de una revolución popular masacrada por la dictadura
de Bashar Al-Assad y sus aliados. Y hasta que no se aborde esta causa
continuarán llegando refugiados en Europa. Muchos de los activistas
que han sido la base de este movimiento popular acabaron teniendo que
huir a los países vecinos y a Europa por la magnitud de la violencia
del régimen: y continúan hoy siendo parte de esta revolución. Y lo
que esperan es que les reconozcamos como tales, no sólo como
receptores de nuestra ayuda humanitaria. El ritmo y las oleadas de
los flujos responde perfectamente a la dinámica del conflicto y
también de los choques entre diferentes comunidades.
No olvidemos la imagen de aquellos luchadores por la libertad y la
revolución que el año 1939 llegaban a Francia por Le Pertus,
después de haber dejado atrás muchos muertos y el futuro al última
y en vez de acogida y solidaridad se encontraron campos de
concentración y el desprecio en Argelès. Mientras un sector
importante de la izquierda se niega todavía a reconocer que el
máximo responsable de esta catástrofe es el régimen de Bashar
Al-Assad el relato de los refugiados es perfectamente coherente: un
90% asegura que huyó por la persecución del régimen y sus aliados.
Si no entendemos Siria, no entendemos nada de nada y quedamos
atrapados en la retórica del alud y del antiterrorismo que fomentan
los gobiernos europeos. En Afganistán y en Irak, se vive la
inestabilidad que han dejado el imperialismo después de la invasión
de ambos países.
La distribución geográfica de los refugiados
Tampoco Europa es el principal receptor de la gente que huye. Sumadas
todas las rutas, el año pasado llegaron al continente 362.000
personas. Desde 2011, cuando empezaron las revueltas y revoluciones
en el mundo árabe que hicieron saltar por los aires regímenes como
el de Gaddafi, que convenientemente financiado por Italia hacía de
tapón a los migrantes subsaharianos, han llegado a Europa menos de
1,8 millones de personas. Una cifra perfectamente asumible para un
continente con 500 millones de habitantes, con algunos de los países
más ricos del mundo y que además necesita mano de obra joven. Sólo
Turquía -que en el ranking de PIB per cápita ocuparía el lugar 27
de los 28 países de la UE- acoge más de 3,5 millones de refugiados.
El Líbano, un pequeño país de sólo 4 millones de habitantes ha
superado el millón. Esto sin contar los 8 millones de desplazados
internos que han tenido que dejar casa suya y continúan dentro de
Siria bajo las bombas. No, la crisis de refugiados y humanitaria no
está en Europa: está en Siria y en los países vecinos.
La hipocresía de la UE
Los aspavientos de la UE y los estados miembros ante el muro y el
veto migratorio de Trump son pura hipocresía. Hace un año Alemania
y Bruselas habían cerrado la puerta a los refugiados con el acuerdo
de la vergüenza con Turquía, por el cual el gobierno de Recep Tayip
Erdogan, en plena deriva autoritaria, se ha convertido en un muro
para los quién intentan llegar a Europa. A cambio de seis mil
millones de euros y el silencio europeo en su guerra contra los
kurdos, contra la izquierda y contra la libertad de prensa para
conseguir poderes ejecutivos ilimitados.
Las quejas de la UE contra Trump son palabrería, después de que la
política de blindaje de las fronteras haya convertido el
Mediterráneo en un gran cementerio. Más de cinco mil muertos
registrados el 2016 (nadie sabe cuántos de son de verdad porque
muchos cuerpos se los traga el mar sin dejar rastro o son devueltos,
arrastrados a su punto de partida): más muertos que nunca.
La guerra de frontera contra los refugiados
Técnicamente se habla de “guerra” cuando un conflicto supera los
mil muertos en un año. Lo que pasa en el Mediterráneo, pues, es una
auténtica guerra contra la migración: la única diferencia es que
las víctimas son todas del mismo bando. Es una guerra en tierra que
se practica con vallas, muros, trincheras, centros de detención….
Y cuando también utilizando el mar como un foso de los cocodrilos,
(que son los barcos de la OTAN ) o el dispositivo de Frontex, la
agencia europea de vigilancia de fronteras. Los soldados son
policías, ejércitos y grupos paramilitares. Y , como siempre, hay
que hacen negocio: toda una industria de la guerra de frontera, que
va desde empresas españolas que se enorgullecen ser fabricantes en
exclusiva de alambradas de cuchillas hasta las compañías de
seguridad privada a las cuales se subcontrata la vigilancia de los
centros de detención.
Hay que recordar que España ha sido el mal modelo que ahora emulan
los socios europeos: las vallas de Ceuta y Melilla, los 14 asesinatos
de la playa del Tarajal a manos de la Guardia Civil que continúan
impunes (la ex-director general y máximo responsable del cuerpo,
Arsenio Fernández de Mesa acaba de ser convenientemente recompensado
con un lugar en el Consejo de Administración de Red Eléctrica de
España). Y sobre todo la política de externalitzación del control
fronterizo hacia estados africanos sin ningún tipo de garantías
democráticas porque –con cargo a los fondos destinados a
cooperación- para frenen los inmigrantes antes de que se acerquen en
las fronteras europeas.
Las causas de la política europea hacia los refugiados
Contraviniendo sus propias leyes y y los tratados internacionales que
han subscrito, los estados europeos pisa el derecho de asilo y
responde con la guerra de fronteras… la frontera más desigual del
mundo: un continente viejo, rico y en paz, rodeado de un mundo joven,
empobrecido y en guerra. Además, la frontera no es sólo un espacio
físico: son barreras legales, policiales prejuicios… un golpe han
superado la trinchera la mayoría van con “la frontera” sobre sus
hombros cada vez que tienen que salir de casa, enfrentándose al
racismo institucional, a los controles policiales racistas en el
metro, a la discriminación en el acceso a los servicios públicos, a
la vivienda o al trabajo.
Lo que hay detrás de estas políticas no es frenar la inmigración
(todo el mundo sabe que es imposible) sino sobre todo tres cosas. En
primer lugar una nueva justificación para los recortes: “aquí no
cabe todo el mundo, nuestra capacidad de acogida es limitada, los
servicios públicos tienen un tope” es el nuevo mantra y de nada
sirven todos los estudios y la experiencia que demuestran que la
inmigración, de siempre, ha aportado más riqueza de la que consume.
En segundo lugar, el mantenimiento de una capa de mano de obra sin
derechos (en el caso de los sin papeles, como los miles de
subsaharianos que están trabajando a la agricultura italiana) y
vulnerable a la sobreexplotación. Y finalmente el retroceso de
derechos y libertades que se ampara en el pretexto de la lucha
antiterrorista y que se traduce en medidas como la ley mordaza en el
estado Español o el estado de emergencia permanente en Francia.
Estas leyes, y no la llegada de refugiados en sí misma, son las que
explican el crecimiento de la extrema derecha en Europa, que no se
hace fuerte allá donde hay más crisis o más refugiados sino donde
se impone este discurso político, a menudo, como pasa en Francia de
la mano de un gobierno que se llama de izquierdas y que ha traído
Marine Le Pen a las puertas de ganar las presidenciales de esta
primavera. Envalentonada por el triunfo de Trump, y reforzada por
Putin, la extrema derecha está en condiciones de imponerse también
en Holanda, mientras que en Alemania triplicaría resultados el
septiembre.
Es por eso que la defensa de los derechos de los refugiados no es
sólo un problema humanitario, ético o moral. No es sólo una
cuestión de solidaridad y empatía. En esta lucha se juega el
futuro de todos y todas.
Lucha Internacionalista
10 de febrero de 2017
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