Contra el talón de hierro
Publicado en el Nº 302 de la edición impresa de Mundo Obrero enero 2017
El 2 de enero murió el escritor John Berger, y aunque la noticia ocupó un lugar destacado en la prensa, una vez más volvió a omitirse su compromiso con el marxismo. “Sí, entre otras muchas cosas sigo siendo marxista”, terminaba una de sus columnas en el diario La Jornada hace unos pocos años.
Berger se suma así a la lista de intelectuales que, aunque se les relaciona con el activismo político de izquierda, su vinculación marxista o comunista se silencia sistemáticamente en los medios y círculos intelectuales cuando se habla de ellos. En algunos casos es de sobra conocida la militancia comunista, como en los pintores Pablo Picasso o Josep Renau, en la medida en que vivieron tiempos convulsos en los que la política ocupaba el centro de la vida social. Sin embargo, aunque es sabida por todos los comunistas, pocas veces se cita la militancia de José Saramago o de Miguel Hernández.
Los lectores conocen las novelas de aventuras de Jack London (Colmillo blanco, La llamada de lo salvaje), pero no tanto su filiación al Partido Socialista de América, partido germen de los comunistas estadounidenses. Su revolucionaria novela El Talón de Hierro (título de esta columna en Mundo Obrero) es una absoluta desconocida de las editoriales. Se trata de un distopía en el que las grandes corporaciones industriales han ido creando monopolios en industrias estratégicas hasta tomar el control del gobierno, la policía, el ejército y los tribunales de justicia. Ante esa situación, los obreros intentan organizarse para reaccionar políticamente. Algo bastante diferente a las temáticas aventureras en tierras inhóspitas a las que están acostumbrados la mayoría de sus lectores.
En España a Manuel Vázquez Montalbán se le asocia con el Comité Central donde se produjo el asesinato de su novela, pero no con el del Partido Comunista donde militaba.
De Mark Twain todos conocen a Tom Sawyer, pero no tanto que apoyaba a los revolucionarios rusos contra los reformistas, argumentando que había que sustituir al zar de forma violenta, porque de forma pacífica no funcionaría. No le faltaba razón.
Muchas personas han leído los libros de la premio Nobel Nadine Gordimer, pero es muy difícil saber que fue militante del Congreso Nacional Africano (CNA), en cuyo seno se integra el Partido Comunista Sudafricano.
En el cine sucede algo parecido. Sabemos la militancia comunista de varios directores del neorrealismo italiano, pero no nos contaron el compromiso con el Partido Comunista Italiano de Marcelo Mastroianni, que apareció en la cabecera del funeral de Enrico Berlinguer, el que fuera secretario general de los comunistas. En España tenemos a Paco Rabal, orgulloso de su militancia, tantas veces silenciada en los medios. Y su apellido sigue activo en Mundo Obrero. La filmografía de Juan Antonio Bardem es muy conocida, pero pocos saben de su militancia comunista hasta el último de sus días.
Existen muchas formas de proscribir el comunismo y los partidos comunistas, una de ellas es ocultar la militancia de los más populares y prestigiosos camaradas.
Berger se suma así a la lista de intelectuales que, aunque se les relaciona con el activismo político de izquierda, su vinculación marxista o comunista se silencia sistemáticamente en los medios y círculos intelectuales cuando se habla de ellos. En algunos casos es de sobra conocida la militancia comunista, como en los pintores Pablo Picasso o Josep Renau, en la medida en que vivieron tiempos convulsos en los que la política ocupaba el centro de la vida social. Sin embargo, aunque es sabida por todos los comunistas, pocas veces se cita la militancia de José Saramago o de Miguel Hernández.
Los lectores conocen las novelas de aventuras de Jack London (Colmillo blanco, La llamada de lo salvaje), pero no tanto su filiación al Partido Socialista de América, partido germen de los comunistas estadounidenses. Su revolucionaria novela El Talón de Hierro (título de esta columna en Mundo Obrero) es una absoluta desconocida de las editoriales. Se trata de un distopía en el que las grandes corporaciones industriales han ido creando monopolios en industrias estratégicas hasta tomar el control del gobierno, la policía, el ejército y los tribunales de justicia. Ante esa situación, los obreros intentan organizarse para reaccionar políticamente. Algo bastante diferente a las temáticas aventureras en tierras inhóspitas a las que están acostumbrados la mayoría de sus lectores.
En España a Manuel Vázquez Montalbán se le asocia con el Comité Central donde se produjo el asesinato de su novela, pero no con el del Partido Comunista donde militaba.
De Mark Twain todos conocen a Tom Sawyer, pero no tanto que apoyaba a los revolucionarios rusos contra los reformistas, argumentando que había que sustituir al zar de forma violenta, porque de forma pacífica no funcionaría. No le faltaba razón.
Muchas personas han leído los libros de la premio Nobel Nadine Gordimer, pero es muy difícil saber que fue militante del Congreso Nacional Africano (CNA), en cuyo seno se integra el Partido Comunista Sudafricano.
En el cine sucede algo parecido. Sabemos la militancia comunista de varios directores del neorrealismo italiano, pero no nos contaron el compromiso con el Partido Comunista Italiano de Marcelo Mastroianni, que apareció en la cabecera del funeral de Enrico Berlinguer, el que fuera secretario general de los comunistas. En España tenemos a Paco Rabal, orgulloso de su militancia, tantas veces silenciada en los medios. Y su apellido sigue activo en Mundo Obrero. La filmografía de Juan Antonio Bardem es muy conocida, pero pocos saben de su militancia comunista hasta el último de sus días.
Existen muchas formas de proscribir el comunismo y los partidos comunistas, una de ellas es ocultar la militancia de los más populares y prestigiosos camaradas.
Publicado en el Nº 302 de la edición impresa de Mundo Obrero enero 2017
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