Los asentamientos judíos en Cisjordania se están convirtiendo en un quebradero de cabeza cada vez más complicado para Israel. No ya sólo por todas sus implicaciones legales, estratégicas, morales y sentimentales, también porque son la principal razón aducida por países y organizaciones internacionales para presionar al Estado judío e intentar censurar y modificar sus políticas.
El ejemplo más sonado ha sido la directiva de la Comisión Europea de etiquetar segregadamentelos productos manufacturados procedentes de los asentamientos. Pero también tenemos el caso Dayán, que nos lleva a Brasilia.
El pasado 5 de agosto el Gobierno de Netanyahu designó como embajador en Brasil a Dani Dayán, argentino de origen. En septiembre Jerusalén pidió a Brasilia el plácet, procedimiento rutinario en este tipo de cuestiones. Pero a día de hoy Jerusalén no ha recibido respuesta.
La mismísima Dilma Rouseff ha hecho público su desacuerdo con el nombramiento de Dayán, y el pasado 20 de diciembre el parlamentario brasileño Carlos Marun comparó a Dayán con un guardia de campo de concentración nazi. Dayán, que vive en la Margen Occidental, más allá de la Línea Verde –como hacen muchos diplomáticos israelíes que sirven alrededor del mundo y no han afrontado tales problemas–, fue hasta 2013 el presidente del Consejo de Yesha, organización que aglutina y representa los intereses de los colonos israelíes tanto en casa como en el exterior. Y para Marun y para muchos otros eso es sinónimo del mal más absoluto.
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