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Uniones y unidades

La afilada punta del cálamo

Tengo el móvil atascado con tantas confluencias y convergencias que resulta difícil llegar a la unidad.
JOSÉ MARÍA ALFAYA  09/10/2015

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Llevo todo el verano, Derecha Insoportable, asistiendo al quiero y no puedo de la fiesta secular del Ruedo Ibérico. No, no he acampado en un tendido de sol o de sombra, no soy de esa “fiesta” que nos mantiene aún –cada vez menos, parece, por lo mucho que la defiendes-, en el puro “pan y circo” de los romanos… aunque sólo a medias: has escamoteado el pan de la receta y, por si los toros acaban tomando conciencia del destino de su casta y se niegan a convertirse en gladiadores (“los que van a morir te saludan”), ofreces sesión continua de “charlotadas” en todos los terrenos y para todos los tendidos a base de sacar tus cabestros a la plaza pública o mediática. Por cierto, si desaparece el toro de lidia (como anuncias cual Jeremías, como si se tratase de una catástrofe medioambiental) los cabestros deberían revisar su convenio colectivo y reciclarse profesionalmente. Ya supongo que algunos temerían volver al puesto de buey de labranza, que es un curre mucho más pesado y desprovisto de glamour, pero habrá que advertirles que no hay puertas giratorias para tantos y que lo que tú más aprecias no es la fuerza o la resistencia, sino la mansedumbre. Y para bestias de carga ya estamos nosotros y otros miles que pugnan por atravesar tus vallas fronterizas.

Digo que he seguido con atención tu quiero seguir mangoneando, que alcanza cotas tan esperpénticas como perversas y también he advertido que nosotros, los que queremos cambiar este estado de cosas, no podemos… todavía. Perdona el chiste fácil sobre nuestra voluntariosa unidad popular, que es tan difícil de formular electoralmente como trabajosa de practicar en la calle o en las instituciones. Tengo el móvil atascado con tantas confluencias y convergencias que resulta difícil llegar a la unidad. ¡Tantas cosas que hay que juntar! ¡Hay tantos decimales! Al final, por no llegar (todavía) a un acuerdo sobre las dimensiones de esa unidad, que parece como vuestro galimatías del “uno y trino”, la pelota es enorme y no es fácil botarla. Votarla puede que sí porque somos muy emocionales y nos indignamos y nos ilusionamos con que este partido lo vamos a ganar pero luego el campo se hace muy grande para los jugadores capaces de correr la banda (izquierda), que no son tantos como parecen cuando los ves como espectadores, en las gradas, que desde allí bien que se ve la jugada.

A mí me educaron (cosas de mi edad) en lo de la “Unidad de Destino en lo Universal” y, desde que lo comprendí, no he parado de hacer chistes a propósito. ¡Mira que enmascarar el concepto “mercado” en ese Universo inabarcable que al final se traduce en tu inextinguible sed de plusvalías! Ahora nos hablas de globalización, que me la imagino como estar en la barquilla de un globo (cautivo) del que tú controlas el amarre a tierra. Y me dices que si sueltas el calabrote me iré a tomar viento. O sea, que no me puedo separar de tu España, de tu Europa, de tu euro… de tu sistema-mundo. Está por ver… pero también es claro que no conviene saltar ni sólo ni al vacío desde la barquilla. Pero ¿y si tiramos del cabo y tomamos tierra? Y ya sabes: la tierra para el que la trabaja…

Todavía podemos aprender muchas cosas de tu desfachatada cultura de la unidad de intereses. Recientemente he tenido ocasión de leer un artículo de Iroel Sánchez (no, tú no le conoces, no es de los tuyos) en el que mencionaba una historia muy ejemplar, recogida en un libro de Alberto Batista Reyes, Infidelidades de tres hermanas. El mundo subterráneo de la Esso, la Shell y la Texaco en Cuba.

“Las tres compañías, poseían lemas diferenciadores de las características de sus combustibles. El distintivo Vitane rojo de la Esso, el ICA de la amarilla Shell o el azul de la Texaco, prometían al cliente la diferencia en potencia y rendimiento. Pero, nos explica Batista Reyes en su libro, que estas tres hermanas, tenían un acuerdo en común para que, en caso de retrasos en sus respectivos barcos cargados con el combustible a refinar, las otras dispusieran de los colorantes correspondientes para las sustituciones. Así, los ingenuos y fieles consumidores, tendrían azul procedente del óvalo rojo o ésta, a su vez, pudiera haber sido producida en las tuberías y tanques de su amarilla competidora con el símbolo de la concha. Nos venden de todo y, lo peor, nosotros lo consumimos”.

No es, precisamente, un ejemplo a imitar en nuestra deseada Unidad Popular pero ¿y si dejáramos de disputar por colores y acordáramos el octanaje del combustible? Y no estoy pensando en Molotov, que conste.

Publicado en el Nº 288 de la edición impresa de Mundo Obrero septiembre 2015

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