Desde los comienzos de las festividades judías, a principios de septiembre, hemos sido testigos de atentados e intervenciones policiales en el Monte del Templo (también llamado Explanada de las Mezquitas), en toda la Ciudad Vieja y en Jerusalén Este. El crimen más deleznable ha sido el asesinato del matrimonio Henkin, tiroteados en su coche delante de sus cuatro hijos, de 9 años y 4 meses; el portavoz de Hamás Husam Badran lo calificó de “acción heroica”, y simpatizantes de Al Fatah lanzaron en Nablus fuegos artificiales, según informó The Algemeiner. Después de que Alexander Levlovich, de 64 años, muriera luego de que su apedreado vehículo se estrellara en el sur de la Jerusalén durante la víspera de Yom Kipur -el día más sagrado del judaísmo-, el Gobierno israelí autorizó el uso de munición letal contra los violentos. En Cisjordania se han incrementado los choques entre las fuerzas de seguridad israelíes y manifestantes, y el lunes un adolescente palestino de 13 años murió tras recibir disparos en el pecho, de acuerdo con fuentes de Belén.
El presidente palestino, Mahmud Abás, no ha contribuido a la calma. Todo lo contrario. El pasado 30 de septiembre mintió en el comienzo de su discurso en la Asamblea General de la ONU con esta introducción, repleta de cinismo:
Vengo ante ustedes hoy desde Palestina, obligado a hacer sonar la alarma sobre los graves peligros de lo que está sucediendo en Jerusalén, donde los grupos extremistas israelíes están haciendo repetidas incursiones sistemáticas en la mezquita de Al Aqsa, quieren imponer una nueva realidad y dividir Al Haram al Sharif [la Explanada de las Mezquitas] (…) permitiendo que los extremistas, bajo la protección de las fuerzas de ocupación israelíes y acompañados de ministros y miembros de la Knéset, entrar en la mezquita en determinados momentos, al tiempo que evitan que los fieles musulmanes accedan (…) y ejerzan libremente sus derechos religiosos.
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