Una de las máximas figuras de la antigua RDA
Gran intérprete de lied y oratorio, desde 1970 compaginó su faceta vocal con la dirección de orquesta
JUNTO A NICOLAI GEDDA y hasta su retirada profesional en 2005, Peter Schreier fue quizá el poseedor de una de las carreras más dilatadas en el registro de tenor. Nació el 29 de julio de 1935 en la ciudad sajona de Messien, a cuya reconstrucción contribuiría más tarde. Fue su padre, profesor y director de una coral, el que advirtió sus aptitudes para el canto. Por ello, el joven Schreier ingresó el Kreuzchor de Dresde, en el que se formó durante ocho años y que, por su condición de coro fiel al espíritu bachiano, le otorgaría sus definitivas credenciales en el campo del oratorio.
No obstante, el paso decisivo para iniciar su carrera de solista lo da tras recibir el consejo de Rudolf Mauersberger. 1959 es el año de su debú profesional sobre los escenarios, en "Fidelio", resultado de dos años de trabajo en la Ópera de Dresde. Al papel del primer prisionero en la única ópera de Beethoven le seguirían los mozartianos Tamino y Belmonte. Cuatro años después ficha por la Staatsoper de Berlín y, a partir de 1966, se convierte en invitado asiduo de la institución homóloga de Viena. Ese mismo año haría su presentación en el Festival de Bayreuth, bajo la batuta de Karl Böhm y asumiendo un papel secundario en "Tristán e Isolda", de Wagner. A partir de ahí, formaría parte -durante veinticinco temporadas- de los elencos artísticos del Festival de Salzburgo.
Su voz era más apta para el repertorio lírico mozartiano que para el heroico wagneriano. Paradójicamente, uno de sus mayores triunfos lo obtuvo en una obra heredera de la gran tradición germánica remozada por Wagner: "Palestrina", la genial ópera Hans Pfitzner, que cantó a ambos lados del telón de acero.
La antigua RDA (República Democrática Alemana) tuvo en Peter Schreier y en Theo Adam a sus principales figuras vocales. Su prestigio fue, de hecho, el salvoconducto que le permitió superar la espesa trama burocrática comunista y actuar periódicamente en el extranjero: en Italia (La Scala de Milán), Reino Unido (Covent Garden de Londres) , Estados Unidos (Metropolitan Opera de Nueva York) o Argentina (teatro Colón de Buenos Aires), sin olvidar sus incursiones en Berlín Occidental. No contento con ello, añadió a su faceta de cantante la de director de orquesta, que cultivó a partir de 1970 con un interés especial en las obras de J. S. Bach, Haydn y Mozart. Estos tres compositores, además de Schubert y Schumann, marcaron su brillante trayectoria como cantante de lied. Su versatilidad en este campo le permitió cantar también obras del repertorio eslavo y afrontar estrenos como el de los "Holderlin-lieder" de Killmayer en 1986.
Su actividad en las dos décadas siguientes fue intensísima, hasta el punto de acumular distinciones como el prestigioso Kammersämger alemán. Sin embargo, el personaje del joven príncipe Tamino, fiel compañero a lo largo de los años, le colocó ante el espejo y le hizo ver la necesidad de poner punto final a su carrera. El momento de la despedida llegó el 2 de diciembre de 2005, cuando compaginó en Praga la dirección orquestal y la interpretación del Evangelista en el Oratorio de Navidad de Bach. Si no un genio, decía adiós un brillante trabajador que supo servir siempre a la música interpretada.
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