Cómo Eisenhüttenstadt, ciudad socialista modelo de la ex RDA, sobrevive a la crisis
Rafael Poch La de la Caldera de Halbe (Jalbskii kotel para los rusos, Kessel von Halbe para los alemanes) fue una de las últimas batallas de la Segunda Guerra Mundial en Alemania. En los últimos días de abril de 1945, las tropas del Mariscal Konev destrozaron allá a los restos del noveno ejército del General Busse replegado desde la línea del Oder. Además de los 50.000 muertos militares (20.000 soviéticos y 30.000 alemanes) unos 10.000 civiles perecieron en aquella ratonera boscosa. Muchos eran vecinos huidos de Fürstenberg, una ciudad ribereña del Oder, que creían escapar de la guerra cuando se metieron sin querer en el centro de una de sus últimas tormentas. Al concluir la contienda, la región del Oder y toda la zona de ocupación soviética que luego sería República Democrática Alemana, mucho más pobre y menos industrial que la zona anglo-franco-americana, era una ruina. La cuarta parte de su población, más de cuatro millones, la componían refugiados expulsados de Silesia y Prusia Oriental, zonas anexionadas a Polonia o la URSS. La gente se prestaba a trabajar, literalmente, por un plato de sopa.
En Alemania Occidental, la destrucción bélica pudo ser estimulo de reconversión industrial para lo que el Plan Marshall aportaba los medios. En Alemania Oriental, la potencia ocupante soviética era aun más pobre, y había quedado tan o más destruida y mermada, que la ocupada. En lugar de Plan Marshall había desmonte de lo poco que quedaba de la industria en concepto de “reparaciones de guerra”. La reforma monetaria de 1948 y el bloqueo de Berlín por los soviéticos, que dio lugar a un bloqueo occidental del Este en respuesta, destruyó lo que quedaba de la red industrial nacional y rompió toda posibilidad de comercio interalemán, incluido el acceso al acero del Ruhr. Ese fue el duro contexto del primer plan quinquenal de la RDA, cuando se decidió crear un gran complejo siderometalúrgico en el Este, junto a Fürstenberg, en el Oder, en la frontera polaca, el Eisenhüttenkombinat Ost, conocido por sus siglas EKO. La industria y su ciudad fueron uno de los mayores esfuerzos económicos de la RDA de los cincuenta. Los primeros trabajos y excavaciones en el lugar desenterraron un millar de toneladas de minas y munición, los trabajadores vivían al raso, primero en tiendas, luego en barracas. Arquitectos y planificadores viajaron a la URSS para conocer los modelos de “ciudades nuevas”, “nacionales en la forma, democráticas en su interior”, se decía. El resultado fue Eisenhüttenstadt, la “ciudad siderometalúrgica”, declarada en 1952, “primera ciudad socialista de Alemania” que inspiraría novelas del realismo socialista local como Noches claras (por el resplandor de los altos hornos) de Karl Mundstock. Tras la muerte de Stalin (marzo de 1953), la ciudad pasó a llamarse Stalinstadt, la ciudad de Stalin. La mezcla de entusiasmo, coerción y dureza de los primeros tiempos, con una masa laboral compuesta por refugiados y jóvenes, daba lugar a descripciones caricaturescas de la ciudad, idílicas en la prensa oriental y catastróficas en la occidental. La revuelta de junio de 1953, que afectó a 167 de las 217 ciudades y distritos de la RDA, dio lugar a una manifestación de 1800 trabajadores en Eisenhüttenstadt. Junto a mejoras laborales se pedían elecciones libres para toda Alemania y la abolición de la frontera Oder/Neisse, que consagraba la conformidad con los recortes territoriales sufridos por Alemania en beneficio de Polonia y la URSS. Con el tiempo, la nueva ciudad se consolidó como modelo para todo el país. “Su recia arquitectura estalinista de calidad, sus servicios, sus viviendas con agua caliente calefacción y baño propio, y sus puestos de trabajo vitalicios en los altos hornos, configuraban un nivel de vida alto para la época”, explica Andreas Ludwig, director del Centro de documentación local. El centro alberga hoy un buen museo sobre la vida cotidiana en la RDA que va más allá de las reducciones a Stasi (policía secreta) y rancia vida pasada de moda, tan al gusto de la Alemania (occidental) de hoy. “Oficialmente se pone el acento en la represión y la dictadura, y son los proyectos que responden a eso los que se financian”, reconoce Ludwig, un historiador del oeste crítico con esa imagen, que hasta la Canciller Merkel, una ex ciudadana de la RDA, ha tenido que matizar. La sede del museo es una antigua guardería infantil rodeada de sólidos edificios, que recuerdan a los centros de las ciudades soviéticas. Dos importantes disidentes de la RDA, Rudolf Bahro, nacido en la ciudad, y Rolf Henrich, que aun vive en ella, no dieron ambiente a Eisenhüttenstadt. La ciudad no destacó por su activismo durante el “Wende”, el “cambio” que la perestroika propició y que concluyó con la disolución de la RDA y de su sistema político, una mezcla inseparable de dictadura y socialismo. La primera manifestación se celebró aquí el 6 de noviembre de 1989, un mes más tarde que en Berlín, y sólo reunió a 500 personas. Cuando la ciudad luchó, por su supervivencia, fue en 1993. Los planes de cierre del EKO, que daba de comer a sus 50.000 vecinos, sacaron a la gente a la calle y salvaron la industria. A base de reconversión y despidos, se logró mantener una empresa rentable con 3000 empleados que suministra acero a la industria del automóvil. La crisis del automóvil y del acero, obliga hoy a trabajar a la mayoría de los empleados en régimen de jornada reducida (kurzarbeit). El paro en la ciudad es del 10% al 13%, pero se mantiene estable, explica Gabriele Haubold, del departamento municipal de planificación urbana. En veinte años, la ciudad ha perdido casi 20.000 de sus 50.000 habitantes, una consecuencia de la baja natalidad y de la falta de trabajo y oportunidades que lleva a muchos a emigrar al oeste. En los próximos diez años aun se perderán 5000 vecinos más, “pero el flujo ya no es tan fuerte como hace diez años”, dice Haubold. Eisenhüttenstadt está embarcada en un complejo pero efectivo plan para concentrar a su menguante población en el sector central de la ciudad, declarado de interés histórico-artístico. Desde 2002, los bloques vacíos se derriban. Para 2015 se espera haber destruido más de 6000 viviendas. Paralelamente se rehabilita y sanea el fondo de viviendas central de mayor calidad, con resultados muy notables. La sensación que respira esta ciudad de amplias avenidas es que lo peor ha quedado atrás. La mayor fábrica de papel de Alemania se está construyendo aquí. En el callejero se ha impuesto el sentido común; Pushkin, Rosa Luxemburg, Máximo Gorky, Engels y Clara Zetkin, han conservado sus calles. Lenin y algunos capitostes de la RDA las han perdido. Una de las principales arterias se llama “Avenida de la República”, y cada cual entiende lo que quiere; para unos es por la RDA creadora de la ciudad, y para otros es la República Federal que se la engulló en 1990... El partido de la izquierda (Die Linke) es el más votado en la ciudad, pero gobierna una coalición de todos contra la izquierda con un alcalde socialdemócrata al frente. Eisenhüttenstadt es una manifestación alemana de las “ciudades nuevas” del antiguo bloque del Este, construidas y trazadas a imagen y semejanza del industrialismo estalinista. Dimitrovgrad en Bulgaria, Dunaivaros (antigua Stalinváros) en Hungría y Nowa Huta en Polonia, fueron sus equivalentes. La Alemania hitleriana también fundó “ciudades nuevas” como Wolfsburg (1938), la “ciudad del coche” (hoy sede de Volkswagen) y Salzgitter, sede de las industrias Hermann Göring. El fenómeno de las ciudades nuevas cuenta también con algunos ejemplos en Europa occidental, como los New Tows de Londres o la holandesa Lelystad, fundada en 1967 en terrenos ganados al mar. En la RDA, además de Eisenhüttenstadt, en los cincuenta y sesenta se crearon otras tres ciudades industriales; Hoyerswerda, ligada a la industria del procesamiento del lignito, Schwedt (refinería), y Halle-Neustadt (química).
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