Decía Rosa Luxemburgo que quien es feminista y no es de izquierdas carece de estrategia, y quien es de izquierdas y no es feminista, carece de profundidad.
El inicio de este mes siempre gira alrededor de las celebraciones del día 8 de marzo, día de la mujer trabajadora. El día de la mujer. Y en estos momentos creo fundamental recordar esa máxima de Rosa Luxemburgo porque el auge del movimiento feminista en todo el mundo, su visibilización e innegable legitimación, y sus primeros intentos de coordinar acciones a escala global (como el paro de mujeres el mismo 8 de marzo), coinciden también –como siempre sucede- con un ejercicio de asimilación y normalización por parte del sistema.
Encontramos debates con mujeres políticas hablando de –presunto- feminismo en el que se tratan cuestiones como la dificultad de conciliar, la corresponsabilidad y la prevención de las violencias machistas. Vale, nada que objetar. Pero cuando se ilustran estas cuestiones a través de historias personales lo que nos encontramos es que quienes cuentan esas historias en primera persona son mujeres privilegiadas con trabajos estupendos y bien remunerados que cada vez representan a un porcentaje menor (y en descenso) de nuestra sociedad. Se omiten cuestiones como la de quién recoge a los hijos de esa mujer que nos sirve de modelo ¿acaso otra mujer perteneciente a una clase social menos favorecida, seguramente migrante, y trabajadora doméstica sin prácticamente derechos (a la espera de que el estado español ratifique el convenio 189 de la Organización Internacional del Trabajo)? Y por supuesto ni rastro de los impactos que las últimas dos reformas laborales del PSOE y del PP han tenido en la precarización y pauperización de los trabajos mayoritariamente desempañados por mujeres, ni de los sueldos de miseria, ni de como favorecen y legalizan los abusos disfrazados, por ejemplo, de “flexibilización laboral” y contratos de menos de una semana de duración.
Son muchas las razones para tener claro que es necesario un feminismo radical, combativo y por supuesto de clase. Sigamos con algunas más.
El pasado día 1 de febrero, tras el éxito de convocatoria de la marcha de mujeres en Washington para protestar contra las políticas propuestas -y su misoginia en general- por el nuevo presidente norteamericano Donald Trump, la lujosa firma Christian Dior sacaba al mercado (como siempre el mercado…) una camiseta con el mensaje “We Should All Be Feminists” (Todos deberíamos ser feministas), para más inri por el módico precio de 550€. Muchas conocidas actrices y famosas en general se la enfundaron probablemente con la mejor de las intenciones… y ante las críticas Dior decidió anunciar que parte de los beneficios serían donados a una asociación sin ánimo de lucro que presuntamente, copiando literalmente su explicación: financia programas de educación y salud innovadores y efectivos para luchar contra la injusticia, desigualdad y pobreza mundial. Y asunto zanjado. No hay como un poco de caridad para lavar la imagen cuando has sacado los pies del tiesto… Ni clase, ni patriarcado, ni explotación de género, ni nada que se salga del discurso liberal de lo políticamente aceptable.
Pero volvamos por un momento a la marcha de mujeres en Washington. Resulta revelador que cuando buscas información del evento a través de Wikipedia (la enciclopedia más visitada de nuestro tiempo) entre las asistentes reseñables encuentres incluso a Madonna, explicaciones del gorrito rosa con orejas, y ni una palabra de Ángela Davis, reconocida leyenda viva del feminismo en Estados Unidos. Cuando escuchas su intervención en el evento lo entiendes perfectamente: su mensaje sigue siendo a prueba de camisetas de Christian Dior. Es un soplo de claridad intelectual e ideológica escuchar a esta mujer entre tanto mensaje confuso, hablar de las mujeres como agentes colectivos de la historia, clamar contra la explotación capitalista, contra el colonialismo y contra el heteropatriarcado (que al fin y al cabo no deja de ser la base que sustenta todo lo anterior), llamar a la resistencia colectiva y conectar lo que significa el feminismo sin edulcorar incluso con la libertad y justicia para Palestina. Porque esa es la realidad, que los derechos de las mujeres son derechos humanos en todo el planeta.
Así que este año que no te vendan una camiseta; ser feminista y no ser de izquierdas no solo es como bien decía Rosa Luxemburgo carecer de estrategia, sino que hoy se ha convertido además en una quimera de primeras marcas que lo más barato que te va a salir es por 550€ en su versión de manga corta…
El inicio de este mes siempre gira alrededor de las celebraciones del día 8 de marzo, día de la mujer trabajadora. El día de la mujer. Y en estos momentos creo fundamental recordar esa máxima de Rosa Luxemburgo porque el auge del movimiento feminista en todo el mundo, su visibilización e innegable legitimación, y sus primeros intentos de coordinar acciones a escala global (como el paro de mujeres el mismo 8 de marzo), coinciden también –como siempre sucede- con un ejercicio de asimilación y normalización por parte del sistema.
Encontramos debates con mujeres políticas hablando de –presunto- feminismo en el que se tratan cuestiones como la dificultad de conciliar, la corresponsabilidad y la prevención de las violencias machistas. Vale, nada que objetar. Pero cuando se ilustran estas cuestiones a través de historias personales lo que nos encontramos es que quienes cuentan esas historias en primera persona son mujeres privilegiadas con trabajos estupendos y bien remunerados que cada vez representan a un porcentaje menor (y en descenso) de nuestra sociedad. Se omiten cuestiones como la de quién recoge a los hijos de esa mujer que nos sirve de modelo ¿acaso otra mujer perteneciente a una clase social menos favorecida, seguramente migrante, y trabajadora doméstica sin prácticamente derechos (a la espera de que el estado español ratifique el convenio 189 de la Organización Internacional del Trabajo)? Y por supuesto ni rastro de los impactos que las últimas dos reformas laborales del PSOE y del PP han tenido en la precarización y pauperización de los trabajos mayoritariamente desempañados por mujeres, ni de los sueldos de miseria, ni de como favorecen y legalizan los abusos disfrazados, por ejemplo, de “flexibilización laboral” y contratos de menos de una semana de duración.
Son muchas las razones para tener claro que es necesario un feminismo radical, combativo y por supuesto de clase. Sigamos con algunas más.
El pasado día 1 de febrero, tras el éxito de convocatoria de la marcha de mujeres en Washington para protestar contra las políticas propuestas -y su misoginia en general- por el nuevo presidente norteamericano Donald Trump, la lujosa firma Christian Dior sacaba al mercado (como siempre el mercado…) una camiseta con el mensaje “We Should All Be Feminists” (Todos deberíamos ser feministas), para más inri por el módico precio de 550€. Muchas conocidas actrices y famosas en general se la enfundaron probablemente con la mejor de las intenciones… y ante las críticas Dior decidió anunciar que parte de los beneficios serían donados a una asociación sin ánimo de lucro que presuntamente, copiando literalmente su explicación: financia programas de educación y salud innovadores y efectivos para luchar contra la injusticia, desigualdad y pobreza mundial. Y asunto zanjado. No hay como un poco de caridad para lavar la imagen cuando has sacado los pies del tiesto… Ni clase, ni patriarcado, ni explotación de género, ni nada que se salga del discurso liberal de lo políticamente aceptable.
Pero volvamos por un momento a la marcha de mujeres en Washington. Resulta revelador que cuando buscas información del evento a través de Wikipedia (la enciclopedia más visitada de nuestro tiempo) entre las asistentes reseñables encuentres incluso a Madonna, explicaciones del gorrito rosa con orejas, y ni una palabra de Ángela Davis, reconocida leyenda viva del feminismo en Estados Unidos. Cuando escuchas su intervención en el evento lo entiendes perfectamente: su mensaje sigue siendo a prueba de camisetas de Christian Dior. Es un soplo de claridad intelectual e ideológica escuchar a esta mujer entre tanto mensaje confuso, hablar de las mujeres como agentes colectivos de la historia, clamar contra la explotación capitalista, contra el colonialismo y contra el heteropatriarcado (que al fin y al cabo no deja de ser la base que sustenta todo lo anterior), llamar a la resistencia colectiva y conectar lo que significa el feminismo sin edulcorar incluso con la libertad y justicia para Palestina. Porque esa es la realidad, que los derechos de las mujeres son derechos humanos en todo el planeta.
Así que este año que no te vendan una camiseta; ser feminista y no ser de izquierdas no solo es como bien decía Rosa Luxemburgo carecer de estrategia, sino que hoy se ha convertido además en una quimera de primeras marcas que lo más barato que te va a salir es por 550€ en su versión de manga corta…
Publicado en el Nº 304 de la edición impresa de Mundo Obrero marzo 2017
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